El hijo del Elefante

Un joven elefante, movido por su insaciable curiosidad, emprende un viaje y vuelve transformado. Enfrenta un gran riesgo, pero alguien lo guía y lo protege.

Creado: 11 agosto, 2022 | Actualizado: 11 de julio, 2023

El hijo del Elefante

Versión de un cuento de Rudyard Kipling¹

En tiempos remotos, queridos míos, el elefante no tenía trompa. Solo tenía una nariz abultada y negruzca, del tamaño de una bota, a la que podía desplazar de lado a lado pero con la que no podía agarrar nada. Pero hubo una vez un pequeño elefante, el hijo del Elefante, que sentía por todas las cosas una insaciable curiosidad y pasaba su vida haciendo preguntas. El elefantito vivía en África y agotó a toda África con su insaciable curiosidad.

Preguntaba a su alta tía, el avestruz, por qué las plumas de la cola le crecían justamente allí, y su alta tía lo apartaba con un golpe de sus duras pezuñas. Preguntaba a su otra tía, también alta, la jirafa, por qué tenía manchas en la piel, y su tía jirafa inclinaba su esbelto cuello y empujaba al elefantito con los pequeños cuernos durísimos que adornan su cabeza. Pero él seguía sintiendo insaciable curiosidad y preguntaba también a su rechoncho tío, el hipopótamo, por qué sus ojos eran tan rojos. Su rechoncho tío lo pateaba con su ancha pezuña. Igualmente preguntaba a su peludo tío, el mandril, por qué eran tan ricos los melones. Y su tío, el mandril, lo azotaba con su pata peluda.

¡Sin embargo, el hijo del Elefante seguía lleno de su insaciable curiosidad!

Una espléndida mañana, poco antes de que empezara el verano, el insaciable elefantito hizo una pregunta que no había hecho nunca antes. Preguntó:

—¿Qué come el cocodrilo?

Todos le respondieron “¡Shhh!”, con un tono fuerte y decidido. Y lo castigaron sin dar explicaciones. 

Entonces, el hijo del Elefante buscó al pájaro kolo-kolo que estaba posado en las ramas de un espinoso arbusto.

Mi padre y mi madre me han castigado le dijo. También me han castigado mis tías y mis tíos. Pero yo aún quiero saber qué come el cocodrilo

El pájaro kolo-kolo dijo, con su canto lastimero: 

Vete a las orillas del gran río Limpopo, que tiene las aguas verdosas y grises y corre entre los árboles altos, y allí podrás averiguarlo.

A la mañana siguiente, el hijo del Elefante tomó diecisiete melones para el viaje y dijo a todos sus familiares. 

Adiós. Iré a las orillas del gran río Limpopo, que tiene las aguas verdosas y grises y corre entre árboles altos, para averiguar qué come el cocodrilo.

Todos quisieron castigarlo, pero él les pidió amablemente que no lo hicieran y se fue, un poco acalorado pero tranquilo. Iba comiendo melones y arrojando las cáscaras en el camino porque no podía recogerlas. 

Han de saber, queridos míos, que hasta aquel día el curioso hijo del Elefante jamás había visto un cocodrilo y no sabía cómo eran.

Lo primero que encontró fue una boa de dos colores enroscada en una roca. 

Perdóneme le dijo el elefante con mucha educación. ¿Ha visto usted alguna vez un cocodrilo en esta región?

La boa de dos colores, por su parte, también le preguntó con su voz lúgubre:

¿Qué será lo próximo que quieras preguntarme?

Discúlpeme continuó él. ¿Podría usted, por favor, decirme qué come el cocodrilo?

La serpiente boa de dos colores se desenroscó velozmente de la roca y lo golpeó con el extremo de su cola. 

¡Qué raro! exclamó el hijo del Elefante. Mi madre y mi padre, mis tías, el avestruz y la jirafa, y mis tíos, el hipopótamo y el mandril, también me castigaron por mi insaciable curiosidad. 

Entonces, dijo adiós a la boa de dos colores con gran amabilidad y siguió su camino, un poco acalorado pero tranquilo, y se fue comiendo melones y arrojando las cáscaras porque no podía recogerlas. 

En ese momento, pisó lo que él creía que era un largo tronco derribado en la orilla misma del gran río Limpopo, que tiene las aguas verdosas y grises y corre entre árboles altos.

Pero eso, queridos míos, era en realidad un cocodrilo. Y el cocodrilo abrió uno de sus ojos. 

Perdóneme le dijo el elefantito con mucha educación. ¿Ha visto usted alguna vez un cocodrilo en esta región?

Entonces, el cocodrilo abrió el otro ojo y levantó de la orilla embarrada la mitad de su cola. El hijo del Elefante retrocedió cuidadosamente porque no quería que volvieran a golpearlo. 

Acércate más, pequeño lo invitó el cocodrilo. ¿Por qué me preguntas eso?

Discúlpeme respondió el elefantito amablemente. Toda mi familia y hasta la boa de dos colores con su cola filosa me han castigado y no quiero que lo hagan más. 

Ven aquí, pequeño. Yo soy el cocodrilo. 

Y derramó dos lágrimas de cocodrilo para que no quedaran dudas.

El elefantito respiró profundamente, se arrodilló en el barro de la orilla y exclamó:

Entonces, usted es la persona que he estado buscando todos estos días. ¿Podrá usted decirme qué come el cocodrilo?

Ponte más cerca y te lo diré al oído le respondió.

El hijo del Elefante puso su cabeza junto a la boca llena de colmillos del cocodrilo y él lo atrapó por la nariz. Recuerden, queridos míos, que hasta ese momento la nariz de los elefantes había sido del tamaño de una bota. 

Creo dijo el cocodrilo (y lo dijo entre dientes), creo que, por hoy, comeré al hijo del Elefante. 

En ese momento, el elefantito estaba muy molesto y dijo hablando por la nariz: 

¡Suéltame! ¡Me estás haciendo daño! 

La serpiente boa de dos colores, que vio lo que ocurría, hizo escuchar su voz: 

Mi joven amigo, si tú ahora, inmediatamente, al instante, no tiras hacia atrás con toda tu fuerza, esta bestia que acabas de conocer te tragará antes de que suspires. 

El hijo del Elefante la escuchó, afirmó en el barro sus posaderas y tiró y tiró y tiró y su nariz empezó a estirarse. Y el cocodrilo sacudía su cola, agitaba el agua y tiraba, tiraba y tiraba. La nariz se hacía más larga y más larga. El elefantito sintió que sus patas empezaban a deslizarse en el barro. 

Entonces, la boa de dos colores abandonó su roca, se acercó y se enroscó con doble vuelta en las patas traseras del hijo del Elefante: 

Viajero curioso e inexperto, vamos a ayudarte porque de lo contrario pronto serás el trofeo de caza de esta bestia. 

La boa y el elefantito tiraron con todas sus fuerzas; también el cocodrilo tiró pero, finalmente, soltó la nariz. 

El hijo del Elefante tuvo el cuidado de decirle a la boa de dos colores “Muchas gracias”. Luego protegió su nariz con grandes hojas verdes y la sumergió en las aguas grisáceas y verdes del río Limpopo. 

Discúlpeme explicó el elefantito. Debo esperar hasta que mi nariz vuelva a encogerse. 

Tendrás que esperar mucho respondió la boa de dos colores. Muchas personas no saben qué es lo que les conviene. 

Al tercer día, una mosca se posó sobre el lomo del hijo del Elefante. Sin darse cuenta, él alzó su trompa y aplastó a la mosca.  

Ventaja número uno dijo la boa de dos colores que estaba cerca suyo. No podrías haberlo hecho con tu pequeña nariz. Ahora te convendría comer algo… agregó.

Sin pensarlo, el elefantito extendió su trompa, tomó un manojo de hierbas, lo sacudió sobre sus fuertes patas para quitarle el polvo y se lo llevó a la boca. 

Ventaja número dos señaló la boa y comentó: ¿No crees que a esta hora el sol está demasiado fuerte?

Tienes razón respondió él. Y, antes de haberlo pensado, extendió su trompa, levantó un montoncito de barro de la orilla del río Limpopo, de aguas grisáceas y verdes, y lo colocó sobre su cabeza. Se le formó un sombrerito de barro que chorreaba gotas frescas sobre sus orejas.

Ventaja número tres contó la boa de dos colores. No podrías haberlo hecho con tu pequeña nariz. 

Discúlpeme explicó el elefantito, es que esta trompa no nos gusta demasiado.

¿Te gustaría empujar a alguien que quisiera azotarte? preguntó la boa.

¡Me gustaría mucho! respondió él recordando a todos sus familiares.

Pues tu nueva nariz te será también muy útil para apartar a la gente. 

Gracias. Lo recordaré contestó él. Y ahora, volveré con mi querida familia.

Entonces, el hijo del Elefante emprendió el regreso; iba comiendo melones y recogiendo las cáscaras con su larga trompa. Al caminar por las llanuras del África, para no sentirse solo, cantaba. El sonido que salió por su trompa se escuchaba con tanta fuerza como si varias bandas hicieran oír su música al mismo tiempo. 

U atardecer, se encontró por fin con toda su familia. Sacudió su trompa y preguntó: 

¿Cómo están todos?

Su madre y su padre, sus tías y sus tíos y también sus hermanos se alegraron de verlo. Pero pronto empezaron a observarlo y a decir: 

¿Qué has hecho con tu trompa?

¿Dónde te has metido llevado por tu insaciable curiosidad?

¡Mereces un castigo por haber arruinado tu nariz! 

¡Alto! exclamó el hijo del Elefante.

Desenroscó su trompa y golpeó con ella a dos de sus hermanos que rodaron por la colina. De ese modo, queridos míos, el elefantito comprobó que la boa de dos colores le había dicho la verdad sobre la utilidad de su larga trompa.

Al cabo de un tiempo, todos sus familiares, de a uno en uno, se apuraron a marchar hacia las orillas del gran río Limpopo, que tiene las aguas verdosas y grises y corre entre árboles altos para obtener una nueva nariz. 

Desde entonces, queridos míos, todos los elefantes que vean y los que no vean tendrán una larga trompa, tal como la trompa que logró tener aquel elefantito, gracias a su insaciable curiosidad. 

Para abordar el trabajo con este cuento, en Enseñanza es posible acceder a “El hijo del Elefante. Orientaciones para docentes”.

Ver propuesta.


¹  Las ilustraciones de este cuento pertenecen a Leicia Gotlibowski.

Imagen de portada: Ilustración de Leicia Gotlibowski.

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