El mate como tradición

Propuesta para trabajar el 10 de noviembre. La leyenda del mate y la luna.

Creado: 7 noviembre, 2022 | Actualizado: 26 de junio, 2023

La sociedad y la escuela se detienen para recordar ciertas fechas que resultan significativas por distintos motivos. Esta puede ser una buena ocasión para discutir diferentes miradas y enriquecer las propias. 

El 10 de noviembre fue elegido como el Día de la Tradición en conmemoración del nacimiento del poeta argentino José Hernández, autor del poema El gaucho Martín Fierro y su continuación, La vuelta de Martín Fierro. Ambas obras relatan en forma de verso la experiencia de un gaucho.

La tradición suele considerarse como un legado de las generaciones que nos preceden, como un “testimonio objetivo” del pasado que pareciera ser más auténtico en la medida en que se mantiene inalterado.

Sin embargo, esta concepción oscurece la idea de que toda tradición supone siempre cierta selección acerca de qué se incluye y qué se excluye para formar parte de ella (Williams, 1997). Por lo tanto, esta selección que es habitualmente presentada y admitida como “La Tradición” –tal es el caso, entre otras, de la imagen del gaucho como emblema de la argentinidad– es una versión que se instituye como “el pasado significativo” en un campo de definición político y cultural en el que los grupos sociales ocupan posiciones de poder que son desiguales.

Precisamente, las tradiciones forman parte de un proceso en continua construcción en el cual el pasado es resignificado desde los sentidos que están en disputa en el presente y, en ese proceso, se van conformando múltiples identidades colectivas. Desde esta perspectiva, esta conmemoración puede ser una oportunidad tanto para repensar los sentidos y las prácticas que se condensan en esta versión de “la tradición” como aquellos que son omitidos y, a la vez, intentar desnaturalizar cuáles son aquellas tradiciones que nos habitan para continuar transformándolas. Se trata de invitar a niñas, niños, adultas y adultos a que nos preguntemos acerca de cuáles y cómo son nuestras tradiciones, cómo las aprendimos, con qué modificaciones las seguimos manteniendo, qué significados y valoraciones les otorgamos, en qué sentidos nos gustaría modificarlas.

Múltiples y variadas tradiciones se van transmitiendo de generación en generación y, en ocasiones, una misma tradición se va desplegando en prácticas culturales distintas –en las familias, en los barrios, en las comunidades– entrelazándose en el tejido de la vida cotidiana. Dentro de esa diversidad de tradiciones, “tomar mate” pareciera ser considerada como una tradición, una práctica social y cultural que nos reúne, con diferencias: mate amargo, mate dulce, tereré, mate de leche, cebado con pava o con termo y tanto más. 

El mate se caracteriza porque suele tomarse en un solo recipiente y compartirse entre todas y todos los miembros de la ronda, pese a que como resultado de la  pandemia la ronda en algunos casos haya quedado restringida solo a las y los convivientes (a veces incluso, cebando en mates distintos).

En este intento de abrir la discusión acerca de cuáles son las prácticas culturales que incluimos como parte de nuestras tradiciones, cuáles quedan excluidas y cuáles son los sentidos que les atribuimos a unas y a otras, queremos recuperar la historia del mate –por lo general, ignorada– como una costumbre de origen guaraní. 

A continuación, compartimos una leyenda que reconstruye el origen guaraní de la yerba mate y que da cuenta de algunos de los significados que recoge esta tradición para este pueblo originario. Las leyendas son narraciones que en su proceso de transmisión crean y recrean las cosmovisiones de los grupos y sus tradiciones y, al igual que ellas, van pasando de generación en generación, de forma oral, y es por eso que tienen distintas versiones.

La leyenda del mate y la luna (Anónima)

Los guaraníes cuentan que la luna, Yacy, paseaba desde siempre por los cielos nocturnos, observando curiosa los bosques, las lagunas, el río y los esteros desde lo alto. Cada día contemplaba su belleza como una niña que está conociendo el mundo por primera vez.

Sin embargo, a sus oídos fueron llegando los relatos de quienes habían visitado el mundo y que le iban contando de la vida de los animales, de la belleza de las flores, del canto de los grillos, el piar de las aves, del sonido del río, y la luna fue tornándose cada vez más curiosa y con deseos de visitar la tierra.

Así que un día se decidió y junto con Araí, la nube, fue a pedirle autorización a Kuaray, el Sol, para que las dejase bajar a la tierra para así poder contemplar de cerca las bellezas del mundo. El dios Sol se mostró reacio a dejarlas partir, pero por fin cedió y las dejó marchar. Solo les impuso una condición: en la tierra serían vulnerables a los peligros de la selva como cualquier humano, aunque también serían invisibles para ellos. Luego las dejó partir.

Fue así como la luna, Yacy, llegó un día a la tierra. Y junto con Araí fueron visitando los lugares que veían desde las alturas, maravillándose a cada paso. Observaron de cerca cómo las arañas tejían sus redes, sintieron el frío del agua del río, tocaron la tierra roja con sus manos.

Tan absortas en su mundo estaban ambas diosas que no se percataron de la acechanza de un yaguareté que las seguía de cerca. El felino estaba hambriento y quería comer, por lo que en un momento largó el zarpazo para atrapar a las mujeres.

En el momento justo cuando estaba por alcanzarlas, el animal fue alcanzado por una flecha lanzada por un joven cazador guaraní, que justo pasaba por el lugar y que sin saberlo salvó la vida de las diosas.

El joven cansado por la búsqueda, pero feliz por su conquista, decidió descansar al pie de un árbol, antes de regresar a su aldea o tekoa. Y entonces, se durmió. En sus sueños fue visitado por las diosas que, vestidas de blanco, le hablaron con cariño. Yacy le dijo que, como símbolo de gratitud, cuando llegue a su aldea o tekoa encontraría un arbusto a la entrada que nunca antes había visto. Le dijo cómo hacer con sus hojas para preparar una infusión que uniría a las personas de todas las familias o tevys, como símbolo de hermandad y de confraternidad.

Cuando se despertó y volvió con su gente, el joven cazador vio el arbusto a la entrada de la aldea y, siguiendo las instrucciones que la diosa le dio en sueños, el muchacho buscó una calabaza hueca, picó las hojas del arbusto, las puso dentro y llenó el cuenco con agua. Luego, con una pequeña caña tomó la bebida. Inmediatamente compartió la infusión con la gente de la aldea o tekoa que observaba curiosa el trabajo del cazador. La calabaza fue pasando de mano en mano y todos fueron tomando la infusión.

Así nació el mate, que une a las personas, que es un símbolo de paz y confraternidad, que fue un regalo de la luna a las personas para que compartan vivencias, para que fomenten su amistad, o para que disfruten un silencio compartido.

 

La leyenda de la yerba mate es una producción de PakaPaka, disponible en el Portal Educ.ar donde se presenta una adaptación de la leyenda de la yerba mate. 

Preguntas para conversar entre chicas, chicos y personas adultas

  • ¿Toman mate en sus hogares? ¿En qué momentos del día? ¿Quiénes y cómo lo ceban? ¿Son siempre las mismas personas las encargadas de armar y cebar el mate? ¿Por qué?
  • ¿Con quiénes aprendieron a tomar mate? ¿Qué es lo que más les gusta de tomar mate? ¿Qué es lo que menos les gusta? ¿Qué cambiarían de esta tradición?
  • ¿Siempre se tomó el mate de la misma manera en sus familias? ¿De qué modos fue cambiando?
  • Las y los docentes pueden sugerir a las chicas y a los chicos que pregunten a las familias amigas o vecinas cómo toman el mate, para luego reflexionar acerca de qué costumbres son parecidas y cuáles diferentes de las suyas.
  • ¿Qué otras prácticas conocen que también transmitan el valor de compartir y el de la amistad que cuenta la leyenda sobre el mate?

Para terminar, interesa una vez más aproximar la noción de tradición a la idea de transmisión, tal como es planteada por Hassoun (1996). Desde esta perspectiva, la transmisión forma parte de ese lazo social que da continuidad al pasado, pero no desde la mera repetición sino como un modo de ofrecer a las nuevas generaciones una herencia en la cual inscribirse –desde las interrogaciones y discusiones del presente– y que, a la vez, las habilita a transformarla en ese proceso de construcción colectiva del tiempo por venir.


Bibliografía

Haussoun, Jacques (1996) Los contrabandistas de la memoria. Buenos Aires, Ediciones de la flor.

Williams, Raymond (1997) Marxismo y Literatura. Barcelona, Editorial Península.

 

Imagen de portada: Freepik.es

 

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