Hansel y Gretel, de Jacob y Wilhelm Grimm

Cuento tradicional infantil recuperado y publicado por los hermanos Grimm, en 1812, que narra la famosa historia de dos hermanos abandonados por sus padres en un bosque sombrío.

Creado: 11 mayo, 2021 | Actualizado: 1 de noviembre, 2024

Hermanos Grimm (1785-1863) Imagen de dominio público. Fuente: Wikipedia.

 

En el límite de un gran bosque vivía un pobre leñador con su mujer y sus dos hijos: el pequeño se llamaba Hansel y la pequeña Gretel.

Tenía muy poco para comer y una vez que el país fue azotado por una gran hambruna no le fue posible procurarse ni el pan cotidiano.

Una noche, mientras se atormentaba y se revolvía de inquietud en el lecho, suspiró y dijo a su mujer.

-¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo podremos alimentar a nuestros pobres hijos si ni siquiera tenemos nada para nosotros?

-Tengo una idea -respondió la mujer-; mañana, bien temprano, llevaremos los niños a la parte más espesa del bosque. Prenderemos una hoguera para ellos, les daremos un trocito de pan a cada uno, luego nos iremos al trabajo y los dejaremos solos. No encontrarán el camino de regreso y así nos libraremos de ellos.

-¡No, mujer! -respondió el marido-, ¡Yo no haré eso!; no tengo corazón para abandonar a mis hijos en el bosque; las fieras acabarían pronto con ellos.

-Tonto -replicó ella-, entonces moriremos de hambre los cuatro; no tendrás más que alistar nuestros ataudes.

Y no le dio tregua ni reposo hasta lograr que consintiera.

-Pero aun así esos pobres niños me dan lástima -decía el hombre.

A causa del hambre los dos niños tampoco habían podido dormirse y oyeron lo que la madrastra decía a su padre. Gretel lloró amargamente y dijo Hansel:

-¿Y ahora qué será de nosotros? -Chist, Gretel -dijo Hansel-. No te preocupes que conseguiré librarnos de esta.

Y cuando, los viejos se durmieron, se levantó, se puso su saquito, abrió la puerca y salió furtivamente. La luna brillaba intensamente y los pequeños guijarros blancos que estaban diseminados frente a la casa resplandecían como monedas nuevas. Hansel se inclinó y con ellos llenó sus bolsillos. Luego regresó y dijo a Gretel:

-Ten confianza, hermanita querida, y duérmete tranquilamente; Dios no nos abandonara. Y se volvió al lecho.

Al amanecer, aún antes de que el sol hubiera salido, la mujer llegó a despertar a los dos niños.

-¡Arriba, haraganes!; vamos a buscar leña al bosque.

Luego les dio un trocito de pan a cada uno diciéndoles:

-Tengan, algo para el almuerzo; ¡pero no lo coman antes porque no tendrán nada más!

Gretel puso lodo el pan bajo su delantal porque Hansel tenía los bolsillos llenos con los guijarros. De inmediato todos emprendieron camino hacia el bosque. Al cabo de un corto trecho Hansel se detuvo y miró en dirección de la casa. Así hizo varias veces más hasta que el padre le dijo:

-¿Qué tienes que mirar nada atrás? ¡Presta atención y apúrate!

-Lo que pasa, padre -respondió Hansel- es que miro a mi gatito blanco: está encima del techo y quiere decirme adiós.

-¡Tonto! -dijo la mujer-, no es tu gatito; es el sol de la mañana que brilla en la chimenea.

Sin embargo, Hansel no miraba a su gatito sino que cada vez que se volvía arrojaba al camino uno de los guijarros blancos que llevaba en el bolsillo.

Cuando llegaron al corazón del bosque el padre dijo:

-Ahora recojan leña, hijitos, que voy a prender fuego para que no sientan frío.

Hansel y Gretel hicieron una montañita de ramas. Encendieron el haz y cuando las llamas estuvieron altas la mujer dijo:

-Acuéstense cerca del fuego, hijitos, y descansen; cuando terminemos los venimos a buscar.

Hansel y Gretel permanecieron sentados cerca del fuego y cuando llegó el mediodía cada uno comió su trocito de pan. Como oían los golpes del hacha creían que su padre estaba en las cercanías. Pero no era el hacha lo que sonaba sino una gruesa rama que habían atado a un árbol seco y que de tanto en tanto el viento agitaba. Como permanecieron así tanto tiempo, los ojos se les cerraron de fatiga y se durmieron profundamente. Cuando despertaron era noche cerrada. Gretel se puso a llorar y dijo:

-¿Cómo haremos ahora para salir del bosque?

Pero Hansel la consoló:

-Espera que salga la luna: entonces encontraremos fácilmente el camino.

Y cuando la luna llena apareció, Hansel tomó a su hermanita por la mano y se puso en camino siguiendo los pequeños guijarros blancos que al brillar como monedas nuevas les mostraban el rumbo.

Caminaron durante toda la noche y llegaron a casa de su padre al amanecer. Golpearon a la puerta y cuando la mujer abrió y vio que eran Hansel y Gretel, dijo:

-¡Niños malos!; como durmieron tanto en el bosque creíamos que no querían volver más.

Pero el padre, que estaba muy arrepentido de haberlos abandonado, se alegró mucho de verlos.

Poco tiempo después, la miseria volvió a abatirse sobre todo el país y los niños oyeron a la mujer que decía una noche a su padre:

-Ya nos comimos casi todo lo que teníamos; nos queda solamente la mitad de un mendrugo y luego se habrá acabado todo. ¡Es necesario que se vayan! los conduciremos más lejos aun dentro del bosque para que no encuentren el camino de regreso: no hay otra salvación para nosotros.

El hombre sintió que un peso le oprimía el corazón y pensó:

-Más valdría compartir el último bocado con tus hijos.

Pero la mujer no quiso escucharle en sus protestas, lo injurió y le hizo reproches. Como lo que siempre vale es el primer paso y como había cedido una primera vez, fue obligado a ceder una segunda. Pero los niños permanecían aún despiertos y habían oído la conversación. Cuando los viejos se durmieron Hansel se levantó y quiso ir a recoger guijarros como la vez anterior pero la mujer había cerrado la puerta con llave y no pudo salir.

Sin embargo, consoló a su hermanita y le dijo:

-No llores Gretel y duerme tranquila; ¡Dios nos ayudará!

Al amanecer la mujer vino a buscar a los niños al lecho. Les dio un trozo de pan que era más pequeño que el de la vez anterior. Mientras caminaba hacia el bosque Hansel lo desmigajó en su bolsillo y a cada rato se detenía y arrojaba una miga al suelo.

-¡Hansel! ¿Por qué te detienes a mirar hacia atrás? -dijo el padre-. ¡Vamos, continúa tu camino!

-Miro a mi palomita -respondió Hansel-; está sobre el tejado y quiere decirme adiós.

-¡Tonto! -dijo la mujer-, no es tu palomita, es el sol que resplandece en la chimenea.

Pero poco a poco Hansel fue arrojando todas las migas al camino.

La mujer condujo a los niños más lejos aún dentro del bosque, hasta un lugar recóndito donde jamás habían estado. Luego encendieron una gran fogata y la madre les dijo:

-Quédense aquí, niños y cuando se cansen pueden dormir un poco. Nosotros vamos a cortar leña en el bosque y a la noche, cuando hayamos terminado, vendremos a buscarlos.

Cuando llegó el mediodía Gretel compartió su pan con Hansel, que había sembrado con su trozo todo el camino. De inmediato se durmieron y el día pasó sin que nade viniera a buscar a los pobres niños.

Se despertaron ya muy entrada la noche y Hansel consoló a su hermanita diciéndole:

-Esperemos a que salga la luna; entonces veremos las migas que dejé caer y ellas nos mostrarán el camino de la casa.

Cuando la luna salió, se pusieron en marcha pero no encontraron una sola miga puesto que los miles y miles de pájaros que vuelan sobre bosques y campos las habían comido. Hansel dijo a Gretel:

-¡Encontraremos el camino!

Pero no lo encontraron. Caminaron toda la noche y todo un día desde la mañana a la noche: pero no pudieron salir del bosque. Tenían mucha hambre, ya que no podían comer nada más que algunas bayas que crecían en el suelo. Como estaban tan cansados que sus piernas se negaban a sostenerlos se acostaron bajo un árbol y se durmieron.

El tercer amanecer desde que abandonaron la casa paterna comenzó a asomarse. Reemprendieron el camino, hundiéndose cada vez más en el bosque y si pronto alguien no acudía en su ayuda seguramente morirían de hambre.

A mediodía vieron parado en una rama un hermoso pajarito blanco como la nieve. Cantaba tan bien que se detuvieron para escucharlo. Cuando terminó tomó impulso y con un batir de alas voló frente a ellos. Ambos lo siguieron hasta una casita en cuyo techo se posó. Acercándose, vieron que la cabaña estaba hecha de pan, con el techo de pastel: las ventanas eran de pura azúcar.

-Aprovechemos -dijo Hansel- para comer bien. Yo voy a comer un trozo de techo y tú, Gretel, puedes comer un trozo de ventana, es muy dulce.

Hansel se subió y rompió un trozo de tejado para probar qué gusto tenía, Gretel se puso a roer algunas baldositas. Fue entonces que una voz muy dulce salió de la sala.

-Oigo roedores roer. ¿Quién quiere roer mi chocita?

Los pequeños respondieron:

-Es sólo el viento.

Y continuaron comiendo sin dejarse desconcertar. Hansel, que encontraba el techo muy de su agrado, arranco un gran pedazo y Gretel despegó un vidrio redondo entero, se sentó y se tomó su tiempo para comerlo. De pronto la puerta se abrió y salió una mujer, vieja como el tiempo, apoyada en su bastón. Hansel y Gretel fueron presa de tal terror que dejaron caer lo que tenían en las manos.

Pero la vieja movió dulcemente la cabeza y dijo:

-Queridos niños, ¿qué los ha traído hasta aquí? Entren, pues, y quédense en mi casa: nada malo les ocurrirá.

Los tomó a ambos por la mano y los condujo a la casa. Allí les sirvió una buena comida, leche, tortilla de azúcar, manzanas y nueces. Luego les preparó dos camitas bien mullidas; Hansel y Gretel se acostaron y creyeron estar en el paraíso.

Pero la oreja solamente fingía ser amable; en realidad era una bruja mala que espiaba a los niños pequeños y había construido su casita de pan solamente para atraerlos. Cuando uno caía en su poder, lo mataba, lo cocinaba, lo comía y para ella ese era un día de fiesta.

Las brujas tienen los ojos rotos y la vista de poco alcance pero, en cambio, tienen tanto olfato como los animales del bosque y su nariz siente la proximidad de los hombres. Cuando Hansel y Gretel llegaron a sus dominios, ella sonrió malignamente y dijo:

-¡No se me escaparán!

Se levantó muy temprano, al amanecer, antes que los niños se despertaran y viéndolos reposar tan dulcemente, con sus mejillas redondas y rojas, murmuró en voz baja:

-¡Qué manjar exquisito!

Entonces tomó a Hansel con su mano descarnada, lo llevó a un pequeño establo y lo encerró detrás de una puerta enrejada. De nada le sirvió gritar. Luego volvió donde estaba Gretel, la sacudió para despertarla y le gritó:

-¡Levántate, haragana!; anda a buscar agua y prepara algo bueno para tu hermano; está encerrado en el establo y es necesario que engorde. Cuando esté gordo, lo comeré.

Gretel se puso a llorar amargamente pero tuvo que hacer lo que la bruja le ordenaba. Entonces se prepararon para el pobre Hansel los mejores platos y para Gretel sólo quedaban las caparazones de los cangrejos. Todas las mañanas la vieja se arrastraba al pequeño establo y gritaba:

-¡Hansel, muéstrame los dedos para ver si engordas!

Pero Hansel le tendía un huesito y la vieja, que tenía la vista defectuosa y no podía distinguirlo, creía que era uno de los dedos de Hansel y se asombraba de que no engordara. Pasadas cuatro semanas sin que Hansel engordara, la impaciencia la desbordó y no quiso esperar más.

-¡Gretel! -gritó a la niñita-. ¡Apúrate y trae agua! Gordo o flaco mañana mataré a Hansel y lo cocinaré.

¡Cuánto se lamentaba la pobre hermanita y cómo corrían las lágrimas por su rostro mientras llevaba el agua!

-¡Oh, mi Dios, ayúdanos! -exclamaba. Si las fieras nos hubieran despedazado en el bosque, al menos habríamos muerto juntos.

-Ahórrame tus lloriqueos -dijo la vieja-; no te servirán de nada.

Al amanecer Gretel debió salir, colgar la marmita de agua y encender el fuego.

-Primero -dijo la vieja- vamos a hacer el pan: ya prendí el horno y preparé la masa.

Luego empujó a Gretel hacia el horno de donde salían llamas.

-Entra -dijo la bruja- y ve si hay buena temperatura para hornear el pan.

Cuando Gretel estuviera adentro ella cerraría la puerta, la asaría y se la comería a ella también. Pero la pequeña adivinó lo que la bruja pensaba y le dijo:

-No sé cómo hacer para entrar ahí adentro.

-¡Boba! -dijo la bruja-, la entrada es bastante grande: ¡fíjate, hasta yo misma podría entrar!

Se acercó hasta el horno y metió la cabeza en la boca. Entonces Gretel la empujó con tanta energía que la bruja se fue hasta el fondo. Luego cerró la puerta de hierro y echó el cerrojo. La vieja lanzaba aullidos horribles pero Gretel escapó y la bruja malvada ardió miserablemente. Gretel corrió en busca de Hansel, abrió la puerta del establo y exclamó:

-¡Hansel nos hemos salvado!; la vieja bruja se murió.

El pequeño saltó hacia afuera como un pájaro al que le abren la puerta de la jaula. La alegría de los niños fue enorme. Se abrazaban, brincaban de un lado para el otro, saltaban. Como no tenían ya nada que temer entraron a la casa de la bruja; en todos los rincones había cofres llenos de perlas y de piedras preciosas.

-Esto vale más que nuestros guijarritos –dijo Hansel y llenó tanto como pudo sus bolsillos.

-Yo también voy a llevar algo a nuestra casa - dijo Gretel mientras llenaba su delantalcito.

-Ahora hay que partir -dijo Hansel- para abandonar el bosque encantado.

Después de caminar durante algunas horas llegaron al borde de un gran río.

-No podremos pasar -dijo Hansel- no veo pasarela ni puente.

-Tampoco hay bote -dijo Gretel- pero allá hay un pato blanco que está nadando: si se Io pido, nos ayudará a pasar.

Entonces exclamó:

-Pato, patito, no hay vado ni puente. Te piden, patito. Hansel y Gretel que sobre tu lomo de pluma los lleves.

El pato se aproximó. Hansel subió sobre sus alas y le dijo a su hermanita que hiciera lo mismo.

-No -respondió Gretel-, sería mucho peso para el patito: nos pasará a uno primero y al otro después.

Así lo hizo la buena ave y cuando alcanzaron felizmente la orilla opuesta, después de hacer un pequeño tramo del camino, el bosque empezó a resultarles cada vez más conocido hasta que finalmente distinguieron la casa paterna.

Entonces se echaron a correr, se precipitaron en la sala y saltaron al cuello del padre. El hombre no había tenido un solo momento de alegría desde que había abandonado a los niños en el bosque. La mujer había muerto.

Gretel sacudió su delantal de modo que perlas y piedras preciosas se pusieron a brincar en el suelo mientras que Hansel vaciando sus bolsillos, sacaba puñados y puñados.

Se acabaron las preocupaciones y todos vivieron juntos y felices para siempre.

Mi cuento ha acabado.

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