La bella durmiente, de Jacob y Wilhelm Grimm
La versión de los hermanos Grimm de este cuento de hadas tiene una trama similar a la versión de Perrault, pero el final es diferente.
Creado: 10 mayo, 2021 | Actualizado: 1 de noviembre, 2024
Hermanos Grimm (1785-1863) Imagen de dominio público. Fuente: Wikimedia.
Había una vez un rey y una reina que diariamente se lamentaban:
-¡Qué lástima que no podamos tener un niño!
Y pasaban los días sin que la suerte cambiara.
Sin embargo, ocurrió que un día mientras la reina se bañaba, una rana salió del agua, se acercó y le dijo:
-Tu deseo se va a cumplir; antes de que transcurra un año traerás al mundo un niño.
La profecía de la rana se cumplió y la reina tuvo una niña tan linda que el rey, para demostrar su alegría, celebró una gran fiesta. Invitó no solamente a sus parientes, amigos y conocidos sino también a las hadas, para que fueran propicias y favorables a la criatura. Había en total trece en el reino pero, como el rey no tenía más que doce platos de oro, decidió que una de ellas no fuera invitada.
La fiesta se realizó con gran pompa y cuando llegaba a su fin las hadas otorgaron a la niña sus dones prodigiosos: una le dio la virtud, otra la belleza, la tercera la riqueza y así hasta tener todo lo que se puede desear en el mundo.
Cuando once de ellas habían formulado sus deseos, súbitamente hizo su aparición la décimotercera. Quería vengarse por no haber sido invitada, y sin saludar, incluso sin mirar a nadie, proclamó en voz alta:
-Al cumplir sus quince años, la princesa se pinchará con una aguja y caerá muerta.
Sin agregar una palabra más dio media vuelta y abandonó el lugar.
Todos quedaron paralizados por el miedo. Entonces avanzó la duodécima hada, que aún tenía un deseo para formular. Como no podía suprimir la desgracia sino tan sólo atenuarla dijo:
-No será en manos de la muerte que caerá la princesa, será en un profundo sueño que durará cien años.
El rey, queriendo preservar a su hija querida de la desgracia, promulgó una orden por la que deberían quemarse todas las agujas del reino.
Mientras tanto, se cumplían los dones de las hadas y la niña era tan bella, modesta, amable e inteligente que todos los que la veían sentían, de inmediato, un gran cariño hacia ella.
El día que cumplía sus quince años ocurrió que el rey y la reina debieron salir dejando a la niña sola en el castillo. Ella aprovechó para pasear por todos lados, vistió las habitaciones según su gusto y terminó por llegar a una torre antigua. Subió la estrecha escalera en caracol y finalmente se encontró ante una puertita. En la cerradura había una llave oxidada. Al hacerla girar la puerta se abrió, mostrando una pequeña habitación donde una viejita hilaba activamente el lino con una aguja.
-¡Buen día, abuela! -dijo la hija del rey-, ¿qué haces aquí?
-Hilo -dijo la vieja mientras levantaba la cabeza.
-¿Qué es eso que se mueve tan alegremente? -preguntó la niña. Tomó en sus manos la aguja y quiso hilar. Pero apenas lo tocó, la sentencia mágica se cumplió y se pinchó un dedo.
En el mismo instante en que sintió el pinchazo cayó sobre un lecho que había allí y se sumergió en un profundo sueño. Y su sueño se propagó por todo el castillo.
El rey y la reina, que justamente regresaban, comenzaron a adormecerse y junto a ellos todo el séquito.
Los caballos se desvanecieron en el establo, los perros en el patio, las palomas en el techo, las moscas en la pared; hasta el fuego, que llameaba en el hogar, decayó y se adormeció y el asado dejó de asarse.
El cocinero que iba a tirar de las orejas a su ayudante por algún descuido lo dejó y se durmió; el viento se apaciguo y en los árboles, delante del castillo, ni una sola hojita volvió a moverse.
Alrededor del castillo comenzó a crecer una zarza espinosa y terminó por rodearlo totalmente e, incluso, llegó a levantarse por encima de él tanta que desde afuera no pudo distinguirse ni siquiera la veleta del techo.
La leyenda de la Bella Durmiente -con ese nombre se dio en conocer a la princesa- se extendió por todo el país. De tiempo en tiempo llegaban príncipes que querían entrar al castillo atravesando la zarza. Pero no les era posible hacerlo pues las espinas, como si tuvieran manos, se aferraban sólidamente a los muros; los jóvenes quedaban atrapados y al no poder desasirse perecían de una muerte horrible.
Al cabo de muchos años un príncipe pasó de nuevo por el país y oyó a un viejo hablar de la famosa zarza espinosa; decía que detrás había un castillo y en él una princesa de una belleza maravillosa llamada la Bella Durmiente: dormía desde hacía cien años y junto a ella el rey, la reina y toda la corte.
El viejo recordaba que su abuelo le había contado que muchos príncipes habían intentado pasar a través del seto de espinas pero habían quedado enganchados a ellas pereciendo en una horrible muerte.
Entonces el joven dijo:
-¡No tengo miedo; iré a ver a la Bella Durmiente! El viejo trató de hacerlo desistir de su propósito pero él no lo escuchó.
Ya habían transcurrido los cien años y llegaba el día en que la Bella debía despertarse. Cuando el príncipe se aproximó al seto de espinas éstas se transformaron en grandes y bellas flores que se apartaban para librarle el paso sin hacerle ningún daño. Luego se unían nuevamente para volver a formar el seto.
En el patio del castillo vio a los caballos y a los perros de caza durmiendo en el suelo; las palomas, paradas sobre el techo, tenían su cabecita bajo el ala.
Y cuando entró, las moscas dormían sobre los muros, en la cocina el chef tenía la mano como si fuera a atrapar al ayudante, y la sirvienta estaba sentada ante el pollo negro que esperaba que lo desplumaran. Continuó avanzando y en la gran sala vio a toda la corte durmiendo y en lo alto al rey y la reina acostados cerca del trono. Fue más lejos aún y remaba un silencio tal que podía oír su propia respiración. Finalmente, el príncipe alcanzó la torre, y abrió la puerta de la pequeña cámara donde dormía la Bella.
Ella estaba allí, tan linda que él no podía apartar su mirada. Lentamente se inclinó y le dio un beso. Apenas la rozó con sus labios la Bella Durmiente abrió los ojos, se despertó y depositó sobre él una mirada muy dulce.
Ambos bajaron juntos. El rey y la reina se despertaron y abriendo los ojos muy grandes se miraron.
Y en el patio los caballos se levantaron y se sacudieron, los perros de caza saltaron y movieron la cola, las palomas del techo sacaron la cabeza de debajo de sus alas, inspeccionaron los alrededores y levantaron vuelo hacia los campos. Las moscas de las paredes volaron, el fuego de la cocina se reavivó, el asado volvió a asarse, el cocinero dio al ayudante una bofetada que lo hizo gritar y la sirvienta terminó de desplumar el pollo. Entonces se celebraron con gran pompa las bodas del príncipe y la Bella Durmiente y vivieron felices.