El sereno
Microrrelato de Lucia Aranguren (Centro Educativo Loreto, Avellaneda)
Creado: 26 mayo, 2021 | Actualizado: 17 de octubre, 2023
Este microrrelato es uno de los 50 seleccionados en el Concurso Buenos Aires Fantástica, organizado en 2020 por la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires y la Unidad Bicentenario del Ministerio de Comunicación Pública. De esta propuesta participaron 2.200 estudiantes del ciclo superior de escuelas secundarias bonaerenses. Sus obras fueron evaluadas por jurados distritales, regionales y por una instancia provincial que destacó dos cuentos por región educativa.
El sereno
El Cementerio Municipal de Avellaneda no es tan tétrico como lo suelen pintar. Llego con los últimos rayos de sol de la tarde y paso allí la noche caminando entre nombres, fotos y escrituras que casi ni se ven pero que siguen susurrándome historias al oído. Atento a la voz de los que no tienen a nadie que los escuche, pues bien que sabía yo de eso. Alumbro con mi linterna los rostros de las estatuas de los ángeles de caliza me observan con sus ojos sin vida.
A la semana siguiente me cambio al turno diurno conmi compañero.
- Siempre me pedís lo mismo Miguelito - reprocha aunque sin mucha gana.
Ese día a la hora del cierre se está yendo una mujer. La mujer. Su pelo morocho al igual que su tez, ojos llorosos y unos labios que se le curvan en una mueca triste al arrodillarse en la tumba de su esposo; la tierra húmeda por el rocío de la mañana pegándosele al vestido.
Viene el 24 de cada mesa las cinco menos cuarto de la tarde, antes de que cierre el cementerio; como si quisiera que el tiempo la corriera para tener una excusa para irse. Yo cambio de turno para verla, pero nunca me le acerco.
Las ramas peladas de los árboles parecen manos que señalan en su dirección. Un día decido caminar hacia ella. Al principio no sé bien qué decirle, la saludo pero parece no escucharme. Casi puedo oír a las estatuas riéndose de mí. Pruebo con llamarle la atención tocándole el hombro. No se vuelve a
mirarme, pero sé que me siente por cómo un escalofrío le recorre la espalda, erizándole el vello de la nuca. Finalmente toma mi mano, su tacto lánguido pero igual de reconfortante. De repente soy yo el que llora.
La mujer se aparta de la tumba de Miguel González, su esposo, y se dirige a la salida del cementerio. Mientras el sol comienza a bajar, allí se encuentra parado el sereno, viendo partir a su mujer y anhelando su regreso. Esperando volver a ver sus ojos para no olvidarlos cuando caiga la noche en el cementerio.