1836 Angustias del pasado
Microrrelato de Guadalupe Anahí Tiberio (EES N°3 Eucaliptus, Maipú).
Creado: 26 mayo, 2021 | Actualizado: 17 de octubre, 2023
Este microrrelato es uno de los 50 seleccionados en el Concurso Buenos Aires Fantástica, organizado en 2020 por la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires y la Unidad Bicentenario del Ministerio de Comunicación Pública. De esta propuesta participaron 2.200 estudiantes del ciclo superior de escuelas secundarias bonaerenses. Sus obras fueron evaluadas por jurados distritales, regionales y por una instancia provincial que destacó dos cuentos por región educativa.
1836 Angustias del pasado
Hipólito y Prisca Hidalgo de Aguilar tenían nueve hijos; la mayor, Nélida, de veinte años, estaba casada con Constancio Torres; luego le seguían las mellizas Celestina y Eleonora, quienes habían cumplido recientemente los dieciocho; ellas eran sucedidas por el primer hijo varón de la pareja, Víctor, quien a sus dieciséis años ya casi dominaba a la perfección el oficio de su padre: la producción ganadera y arrendamiento de tierras; a este lo seguía de cerca su hermana, Aurea, la jovencita de casi quince años, quien no daba puntada sin hilo, pues gracias a su astucia lograba acabar sus quehaceres en tiempo récord, cosa que admiraba Genoveva, de trece, quien adoraba pasar su tiempo libre tragando a velocidades inhumanas libros y libros de romances imposibles y trágicos finales; Minervo, de diez años, asustaba a sus hermanas menores, Dorotea y Faustina, de ocho y seis años, respectivamente, ellos eran dueños de las tierras que actualmente ocupa parte del pequeño pueblo de Las Armas.
La noche que todo comenzó, Aurea se despertó con la sensación de estar siendo observada, efectivamente, había una pequeña figura, parada junto a su cama, camisón blanco, cabello largo y oscuro, parada descalza, en silencio, observándola dormir, Aurea se quedó asustada, rígida, con las cobijas casi cubriéndole la mitad del rostro, entonces el ente emitió un agudo sonido- Aurea, tengo miedo –
-Casi me da un síncope, Faustina – la retó ella, volviendo a respirar tranquila - ¿Qué pasa?, andá a dormir, que es tarde y mañana hay que levantarse temprano – - pero es que vi a una chica en el pasillo, tenía el pelo largo, largo y brillante, la piel también le brillaba, pero en color celeste, parecía un ángel... y me asusté, ¿si hay un ángel en la casa, se va a morir alguien?... igual no tenía alas, por ahí es un anima-
¿y qué hacías en el pasillo? - Aurea salió de la cama – dejá, no me contestes, seguro te dio hambre por no terminarte la comida... -
escuché un ruido... - musitó la pequeña- y tengo ganas de hacer pis –
Aurea suspiro y tomo de la mano a su hermanita y salieron al patio interno, luego de llevarla a hacer sus necesidades básicas, volvieron a dormir, a la mañana siguiente, luego del desayuno, Eleonora escucho a la menor de sus hermanas contándole algo que le llamo la atención de sobremanera, Dorotea y Genoveva oían muy atentas la narración en la que Faustina afirmaba haber visto un espíritu vagando por el patio de la casa- sí, y un airón hoy al alba me voló las sabanas que había tendido... se enredaron en la rama de un árbol y cuando las saque, me encontré una lechuza- comento Genoveva, asustando a sus hermanas – algo malo ha de estar por pasar-
En la noche, Celestina se despertó en mitad de la noche, tenia un sentimiento muy extraño que le oprimía el pecho, se giro en la cama, dispuesta a seguir durmiendo, pero noto que la cama de su melliza estaba vacía, con un mal sabor en la boca, salió de la cama, se calzo los primeros zapatos que encontró y procedió a despertar a Aurea, quien se preparo para salir a buscar a su hermana, salieron al pasillo luego de avisarle a Genoveva que cuidase de las mas pequeñas, con el corazón en la garganta, le pidieron ayuda a Víctor, Minervo e Hipólito.
Con linternas y faroles recorrieron la casa y los alrededores, pero quien diría que lo que había visto Faustina no era producto de su hiperactiva y creativa mente de niña pequeña, como lo había asumido Aurea, junto al aljibe estaba parado el misterioso ente que la mas pequeña de los Hidalgo había comprado con un ángel.
Era una figura alta y esbelta, brillante cabello color dorado, largo, con suaves ondas, tenía aspecto de ser mas suave y fresco que la seda, una tez resplandecientemente blanca con un leve tono celeste, labios rosados y sus ojos eran dos llamativos orbes similares a las amatistas que resaltaban el aura esotérica que rodeaba a la figura. Hipólito se quedo helado mirando la figura fantasmal que se alzaba a unos metros de ellos, Víctor, quien paso su atención de la misteriosa mujer a su padre, pudo notar un leve temblor en su padre, quien suspiro con nostalgia una sola palabra: “Alba”, bien podría referirse al crepúsculo o ser un nombre.
Como un susurro suspendido en el viento, se pudo escuchar claramente la melodiosa voz del espectro, el cual dijo con serenidad – búsquenla en la laguna... - para luego dispersarse en el aire, de forma similar a la neblina, dejando en una especie de shock a los presentes.
Corrieron muy apurados al lugar indicado por el espíritu, hallaron a Eleonora con el agua al cuello, tenía los ojos abiertos - ¡Nora! – la llamó Minervo, ella no respondía, todo lo contrario, seguía avanzando hacia el centro de la laguna- ¡Eleonora! – volvió a clamar el niño, con temor.
Al ver que su melliza no respondía, Celestina comenzó a entrar en pánico, Aurea trato de tranquilizarla, pero no lo logró, entonces Víctor se zambulló en el agua, nadó hasta su hermana mayor, a la cual ya solo se le veían las puntas de su negro cabello, el sol comenzaba a asomar en el horizonte, el chico llegó hasta Nora y la sacó de la laguna como pudo – no respira- anuncio castañeando los dientes por el frío.
Hipólito trato de hacer que su hija respondiese, pero no lo logró, Eleonora ya había muerto y se preparaba para unirse al causante de su defunción. Una sombra observaba la escena con una sonrisa de satisfacción en el rostro, Rómulo estaba encargándose de llevar a cabo su antigua venganza hacia los Aguilera.
Todos lloraron a Eleonora por semanas, y una noche de luna llena, Alba y Rómulo se encontraron frente a la reciente lapida que adornaba el pequeño cementerio en la propiedad de los Hidalgo de Aguilera.
Rómulo se agacho y comenzó a escarbar la tierra con sus manos, al llegar al féretro, lo abrió de un manotazo y clavo sus largos colmillos en el interior del antebrazo del cuerpo inerte de Eleonora, la cual, luego de unos segundos, abrió los ojos de golpe-
Bienvenida a tu segunda vida, sobrina – suspiro con pesar Alba.
-estás muerta, bueno, no del todo- hablo con ironía Rómulo- ahora sos un no muerto -
Fin