Alejandro Fabián Aibar, un joven estudiante con vocación artística que quería cambiar el mundo
Propuesta para conocer su historia y recordar, a través suyo, a las y los estudiantes secundarios víctimas del terrorismo de Estado durante la última dictadura militar.
Creado: 14 septiembre, 2022 | Actualizado: 4 de septiembre, 2024
Cada 16 de septiembre en todas las escuelas bonaerenses se celebra el “Día de la Reafirmación de los Derechos del Estudiante Secundario” para recordar lo sucedido durante la denominada Noche de los Lápices.
Según Sandra Raggio, historiadora y especialista en el tema, durante los años 80 la Noche de los Lápices se constituyó en un acontecimiento-emblema para narrar el terrorismo de Estado ejercido por la última dictadura militar en nuestro país. A la vez, en el presente, representa un espacio de memoria y activación política para las y los estudiantes en las escuelas secundarias gracias a la vinculación con sus centros de estudiantes y otros espacios de participación estudiantil.
A través de esta efeméride se abre una valiosa oportunidad en la escuela para conocer y reflexionar sobre la participación política de las y los jóvenes estudiantes en el pasado y en el presente.
En esta oportunidad, les proponemos hacer un ejercicio de memoria activa para conocer a Alejandro Fabián Aibar y recordar a través de él a todas las chicas y todos los chicos, estudiantes de Nivel Secundario, víctimas del terrorismo de Estado durante la última dictadura militar argentina.
Introducción
Durante la última dictadura militar hubo aproximadamente 340 secuestros y detenciones ilegales de jóvenes estudiantes de Nivel Secundario en todo el país, quienes sufrieron las más crueles torturas. En la actualidad aún continúan dentro de los registros de personas desaparecidas.
Así sucedió con Alejandro Fabián Aibar, un joven de 18 años que fue secuestrado del hogar donde vivía, junto a su familia en Merlo, en el barrio de Pompeya, el 20 de septiembre de 1977. A pesar de haberlo buscado durante mucho tiempo, no se sabía nada de él. Hasta que el 13 de agosto de 2018, en el marco del juicio a los represores genocidas del centro de tortura y exterminio Brigada de San Justo, una sobreviviente y testigo declaró haber compartido con Alejandro ese centro de detención estando secuestrada. Había sido su compañera en la Unión de Estudiantes Secundarios en la época de la dictadura.
Pero, ¿quién era Alejandro? ¿Cómo vivía su juventud en el contexto de la dictadura? ¿Cuáles eran sus intereses? ¿Qué cosas le preocupaban? ¿Por qué lo secuestraron? ¿Cómo lo recuerdan quienes lo conocieron y amaron? ¿Hubo justicia para él y su familia?
Primera parte: La memoria viva de Alejandro
Foto de Alejandro Fabián Aibar. Archivo DGCyE.
Alejandro Fabián Aibar estudió en el turno noche del Colegio Nacional Manuel Belgrano de Merlo, provincia de Buenos Aires. Militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y durante el día trabajaba en una cafetería. Vivía en el barrio de Pompeya, con su mamá, su papá, su hermano y hermana que eran mellizos.
Su hermana, Griselda Aibar, así lo recuerda:
“Alejandro era un ser extraordinario, estudiaba teatro, se vestía siempre de payaso, recuerdo su ropa de payaso. También hacía obras de títeres. En casa quedaron sus obras, el árbol de las botellitas, haciendo alusión a los medicamentos porque era una obra de teatro que hacía a los niños que estaban internados en los hospitales, en el hospital donde trabajaba mi mamá, el hospital Tornú.
Tenía una vocación artística, desde la palabra dicha o escrita que también era su militancia, el crear posibilidades, la igualdad de derechos, la posibilidad de que todos y todas pudieran estudiar, sonreír y disfrutar de un encuentro.
[en la casa] había una escalera que conducía a ese cuarto de afuera, de arriba, donde Alejandro lo usaba para sus reuniones de amigos y donde tenía sus cosas de joven, sus discos, sus libros, sus ropas de actor y de titiritero, pese a que tenía su cuarto abajo, en la casa familiar, un cuarto pequeño, desde donde lo secuestraron.”
Fuente: Transcripción de podcast producido por la Dirección de Derechos Humanos del Municipio de Merlo. Extraído de: La escuela: parte 3, el 7 de septiembre de 2022.
Para conocer un poco más sobre Alejandro Aibar, se propone leer una carta escrita por su compañera de escuela, Liliana Tolosa, hace algunos años atrás.
Actividad 1: Reunidos en pequeños grupos, la o el docente propone a las y los estudiantes que lean la carta que Liliana Tolosa, amiga y compañera de escuela de Alejandro, escribió en 2016. ¿Cómo lo recuerda? ¿Qué aspectos de Alejandro destaca su compañera? ¿Qué anécdotas compartieron? ¿Qué les gustaba hacer cuando se reunían con amigas y amigos? ¿Qué música escuchaban juntos? ¿Cuáles eran sus intereses políticos? ¿Cuáles eran sus deseos sobre este mundo? ¿Cuál es la noticia que Liliana no le pudo dar a su amigo y por qué? ¿Qué noticia creen que recibió ella por parte de Alicia?
En esta oportunidad, se podrá indagar con orientación de la o el docente, sobre la historia de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), agrupación en la que militaban Alejandro y tantas otras chicas y otros chicos desaparecidos durante la dictadura.
Carta escrita por Lili Tolosa, compañera de Alejandro Fabián Aibar en el Colegio Nacional.
Merlo, 15 de septiembre de 2016
Conocí a Alejandro Aibar en el último año de la secundaria.
Era casi un niño de diecisiete años, callado, introvertido, que observaba desde los últimos bancos a los demás compañeros que, en sus cuerpos grandotes y adolescentes, intentaban en vano hacerlo participar de sus tropelías. Se lo veía distinto, maduro; y lo respetaban.
Empezamos a hablar apenas comenzado el año y paulatinamente fue surgiendo el tema de la situación sociopolítica en la que nos encontrábamos. Tímidamente y con cierto temor fuimos expresando nuestros puntos de vista descubriendo que teníamos una afinidad en nuestro adolescente pensamiento: estaban pasando cosas y no nos era indiferente.
En esos años uno no se encontraba con gente que percibiera que todo estaba mal, al menos nadie lo expresaba, por el contrario: la gente apoyaba el “Proceso”, creyendo que mediante su accionar (si es que lo conocían) nos brindaba seguridad. Pero nosotros dos sabíamos que se estaban cometiendo asesinatos, desapariciones y robos porque ambos veníamos de una militancia desde antes de conocernos y, aunque yo había perdido todo contacto con la gente con la que militaba quedando en la más absoluta soledad, Alejandro seguía viendo a los referentes de la organización a la que pertenecía.
Esta afinidad nos unió en una amistad inquebrantable. Pasábamos largas horas de conversaciones en su casa, en el cuartito de arriba y entre música, mate y café mediante alguna vez me habló de sus encuentros furtivos con compañeros. Pero “cuánto menos sepas, mejor” me decía. Yo escuchaba aterrada imaginando el peligro al que se exponía. El temor era un estado habitual en nosotros, sabíamos que militando, dando catequesis en villas, haciendo teatro o simplemente figurando en la agenda de algún conocido en problemas… podías ser llevado.
Divino tesoro
Algunos fines de semana iban sus compañeros de teatro a visitarlo y solían quedarse a dormir, entonces el cuartito de arriba se convertía en un campamento. Sonaba Moris en su equipo, Pedro y Pablo, Almendra y tantos más; tocábamos la guitarra y cantábamos “Pato trabaja en una carnicería” que era nuestra canción favorita; “De nada sirve” “Catalina Bahía”, “Marcha de la bronca”, “Padre Francisco”. Esa era nuestra adrenalina, cantar canciones prohibidas y hablar de política; y soñar con cambiar el mundo que era nuestro deseo.
Transcurría una adolescencia bella, divertida, plena. En una ocasión, los mellizos gritaban porque los grandotes se tiraban la pelota entre ellos. "No los hagan llorar –decía Alejandro– ¿no ven que son chiquitos?" Y así era de especial, con esa ternura que no le permitía descuidar a sus hermanitos ni en medio de una fiesta entre pares.
“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica” decía una frase de Salvador Allende en la que pensábamos siempre. Y entonces nosotros éramos unos jóvenes sin contradicciones, atribulados por las crueldades del mundo, ese mundo que anhelábamos mejorar.
El trabajo
Todo esto transcurría mientras la vida transcurría con sus obligaciones; íbamos al colegio de noche, trabajábamos de día. Un día me quedé sin empleo y él, que trabajaba en una sucursal de Bonafide, me avisó que estaban buscando a alguien para pintar unas letras en la vidriera del local. Alejandro me sugirió que lo hiciera y más que eso: le había dicho a su jefe que conocía a alguien que pintaba vidrieras. ¡Estás loco Alejandro! –le dije, asombrada por su osadía– ¡¡Nunca pinté letras, menos en la vidriera de un negocio!! Tranquila, me decía, lo vamos a hacer juntos, yo te preparo en casa el papel que vas a llevar, copiar y pasarle la pintura… ¡es una boludez! –Y así se hizo. Me presenté con la cara más dura que pude poner, diciendo que tenía experiencia… y el trabajo salió perfecto.
Unos días después, o meses quizás, no recuerdo porque en tan poco tiempo pasó tanto, que a veces pienso que fuimos amigos toda una vida... unos días después, entonces, alguien le avisó que en un estudio de arquitectura necesitaban una secretaria. ¿Te animás? –me preguntaba, pero era casi una orden. –Por supuesto– Respondí feliz. ¿Y quién te avisó de ese puesto? –le pregunté sin poder creerlo. –Aaaah, ¡contactos del Pulpo! –me contestaba riendo. Porque a mí me dicen el Pulpo ¿sabías? –Ah mirá, y ¿por qué? (y ahí se acaban mis recuerdos respecto a su apodo).
Por su parte, Alejandro deseaba mucho ser escritor, trabajar en un diario y comenzar “ya”, en lo posible; trabajar gratis, no me importa –decía. Y desde que me lo contó me mantuve siempre alerta y dispuesta a ayudarlo a encontrar ese lugar en el que pudiera desarrollar su vocación. Un día, no sé de qué manera, supe de alguien que tenía un pequeño periódico en San Antonio de Padua. Me habían dado una dirección aproximada y con ese dato comencé a caminar buscando y preguntando en varios domicilios, hasta que di con él. Se trataba de una casa particular; toqué timbre y me atendió un señor muy amable que tenía montada su “redacción” en el garaje; me hizo pasar y me pidió que le explicara el motivo de mi visita. Le hablé de mi amigo escritor y sus intenciones de ser periodista y quién sabe qué otro chamuyo.
Finalmente me dijo bueno, decile que venga y probamos, pero que venga sin pretensiones de ganar dinero ni de hablar de política ni nada que se le parezca. Sin poder creerlo le respondí: si si si…no no nooo, ¡para nada!… ¡sí señor, de acuerdo, le diré! Recuerdo que tardé mucho en dar con la casa pero tardé nada en irme. Ya era la hora del ir al colegio así que me fui corriendo para darle la noticia. Sonreía pensando en lo qué le diría, en cómo le daría la noticia.
“Contactos de la señorita pulpa” le iba a decir, lo mismo que me dijo él. Pero esa noche no fue al colegio. Y nunca más.
El colegio
En el colegio jamás un profesor, autoridad o quien fuera que pudiera representarlo nos habló de lo que estaba pasando. Si alguien preguntaba, la respuesta era señores…aquí no ha pasado nada, a estudiar y cumplir como siempre. Sin embargo la actitud de algunos se tornó más intransigente, como “acompañando” al régimen que nos gobernaba. Se implementaron reglas más duras, horarios inconvenientes, recreos más cortos. Hasta agosto de ese año el horario de entrada era a las 19 y el de salida a las 23. En una decisión arbitraria se corrió de 19.30 a 23.30, lo que perjudicaba a unos cuantos que no alcanzarían a tomar el último colectivo que los llevara de vuelta a sus hogares. Todos protestamos por la medida pero, como era de esperar, no se nos escuchó: el horario iba a ser ese de ahí en más. Este hecho, el de no ser escuchadas nuestras razones, nos produjo mucha indignación. La mayoría trabajaba y al sonar el timbre de salida corríamos a tomar el colectivo porque al día siguiente se madrugaba.
Debíamos hacer algo, pergeñábamos en nuestras reuniones de a dos, ¿pero qué? Entonces Alejandro sugirió panfletear el colegio con un texto de protesta y exponiendo las razones por las que nos veíamos perjudicados. Mi organización –decía– va a ayudarme en esto, las voy a imprimir allí y las tiramos desde el último piso que está desocupado. Las colocaremos en una ventana semiabierta, (había una especie de ventiluz) y rajamos. El plan era dejarlas en un vidrio inclinado en tobogán para darnos tiempo a bajar corriendo antes de que se deslicen hasta caer en el patio central. –Lo haremos el miércoles que viene.
El lunes siguiente Alejandro ya tenía los panfletos. ¿Lo hacemos mañana? –No Alejandro, hagámoslo el miércoles como habíamos quedado– contesté. –Yo mañana no vengo al colegio. De acuerdo –me contestó– el miércoles.
Pero el miércoles, cuando fui al colegio, ya había sucedido. ¿Por qué Alejandro? –le reproché por qué no me esperaste… ¡habíamos quedado que lo hacíamos el miércoles! Me sentí muy frustrada, decepcionada. A pesar del terror que me invadía de solo pensarlo, yo quería intervenir, participar. –Si lo habíamos planeado entre los dos, ¿por qué te mandaste solo? Y él tan tranquilo me decía: –Es que yo sé que vos estabas muy asustada con esto y además… preferí dejarte afuera, es mejor para vos.
Mientras escribo esto voy tomando dimensión de ese acto generoso, del cuidado que me prodigó y gracias al cual, quizás… no sé… yo pueda estar aquí, recordándolo.
Mis compañeras exaltadísimas me narraron el terrorífico acontecimiento de la noche anterior.
Aún reinaba el estupor, todos seguían alborotados y asustados con lo que había pasado. Las autoridades se habían puesto verdes de ira, llamaron a GIVA* y concurrieron al colegio los militares en un gran operativo a interrogar a los chicos; los formaron en ronda en el patio, los alumbraban con reflectores, los amedrentaban verbalmente, exhibían sus impresionantes armas frente a ellos, al estilo de la época. ¿Entendés? –me dijo– vos no habrías aguantado esa presión.
Transcurrieron unos días después del evento de los panfletos, no recuerdo cuántos pero una noche fue mi papá a buscarme al colegio y le pedí que llevásemos a Alejandro hasta su casa.
La mamá nos agradeció, nos hizo pasar a tomar un café y charlamos un rato sentados alrededor de la mesa de la cocina. Su hermana se asomó un tanto exaltada, preguntando qué pasaba. Posiblemente previendo, en una especie de intuición, de que rondaba el peligro.
Al día siguiente conseguí la entrevista con el dueño del diario y luego de haber concurrido exultante al colegio y comprobar que había faltado, la ansiedad me carcomía.
La noticia
Era el segundo día que yo portaba esa noticia que él tanto esperaba y a mí me hacía feliz de tan solo pensar en ella y el momento en que se la dijera; ¡escribir para un diario! me dije a mí misma que si ese día volvía a faltar al colegio iría a su casa para avisarle.
Pero al mediodía, Alicia, la amiga que teníamos en común con Alejandro, la que me había recomendado para trabajar allí, me tomó de la mano y me dijo –vení, vamos a comer juntas, tengo que decirte algo… se trata de Alejandro–.
*Glosario
GIVA: Grupo 1 de Vigilancia Aérea dependiente de la Fuerza Aérea Argentina en donde funcionó un centro clandestino de detención en la ciudad de Merlo. La familia Aibar vivía muy cerca de esta base militar.
Actividad 2: A través de la lectura de esta primera parte de la propuesta, las y los estudiantes pudieron conocer mucho más sobre la vida juvenil y escolar de Alejandro Fabián Aibar, y con ello caracterizar algunas de las prácticas sociales, culturales y políticas de las chicas y los chicos de su época. A continuación, la o el docente podrá promover la reflexión acerca de los cambios y las continuidades sobre tales prácticas a lo largo del tiempo.
Por último, se podrá dialogar con el grupo de estudiantes sobre las posibles formas de recordar y conmemorar desde la escuela a Alejandro Fabián Aibar y al conjunto de las y los jóvenes estudiantes víctimas del terrorismo de Estado. ¿Cómo y por qué mantener viva su memoria?
Segunda parte: El largo pero reparador camino de la justicia
Alejandro tenía 18 años y cursaba el quinto año de la escuela secundaria cuando fue secuestrado en su propia casa durante la madrugada del 20 de septiembre de 1977. Ese fue uno de los momentos más difíciles que a la familia Aibar le tocó atravesar.
Su mamá, Sergia Paolini de Aibar, Madre de Plaza de Mayo, así lo relató para un medio local:
Estaba durmiendo, me golpean la puerta, más o menos, (...) a la 1 de la mañana. Me tiraron la puerta abajo y yo dije: “¡¿Qué pasa acá?!” Me puse una bata y salí. Mi esposo (…) eehh mmm no, se vistió para poder salir, y (…) por eso salí yo primera y les dije “¿qué les pasa?” Abrí la puerta y me dijo: “¿Con quién vive? Buscamos a la familia Fernández”. Le dije: “Nosotros no somos Fernández, somos Aibar”. Entonces me dijo: “¿Con quién vive?”, “con mi marido y mis hijos”, “bueno, queremos verlos”. En eso mi esposo entraba al comedor. Ya el comedor se había llenado de (...) milicos, (...) todos armados con armas largas, había algunas también bastante particulares y (…) se dirigieron por un pasillito que había a una habitación, y les dije “Por favor, acá hay mellizos de 6 años, no me los vayan a tocar, ¿qué va a pasar?”. Me dijo: “¿Y acá en esta piecita? ¿A qué (…) quién está?” Entonces le dije “un hijo de 18 años”. Dijo: “A este lo llevamos”.
Fuente: Transcripción de podcast producido por la Dirección de Derechos Humanos del Municipio de Merlo. Extraído de: La Escuela, parte 3, el 7 de septiembre de 2022.
Desde aquel momento, la familia Aibar y en especial Sergia, su mamá, nunca dejaron de buscar a Alejandro exigiendo respuestas por los medios que eran posibles en el contexto de la dictadura.
Durante esos oscuros años, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), una organización no gubernamental argentina fundada en 1979, dedicada a la promoción y defensa de los derechos humanos y el fortalecimiento del sistema democrático, trabajó en cinco investigaciones que fueron publicadas en el año 1982 con el propósito de denunciar los delitos cometidos durante la dictadura. En aquel momento era muy importante recabar información y documentar testimonios que pudieran ser utilizados como pruebas ante la justicia, cuando finalmente se reestablecieran las condiciones políticas e institucionales propias de un Estado de derecho.
Es posible conocer más sobre el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) visitando su página oficial, disponible aquí.
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Producto de aquellas investigaciones, el 17 de octubre de 1982 el CELS publicó un documento llamado “Adolescentes. Detenidos-desaparecidos”, a través del cual se propuso dar a conocer lo que estaba sucediendo con las víctimas más jóvenes, chicas y chicos entre 13 y 18 años de edad, detenidos brutalmente en sus hogares, en la vía pública o incluso en sus escuelas, torturados, trasladados y desaparecidos.
Portada del documento publicado por el CELS en 1982.
Fuente: Imagen tomada de la página oficial de CELS.
El documento finalizaba con un listado de los nombres de las y los jóvenes detenidos-desaparecidos sobre los que hasta ese momento se tenía conocimiento gracias a las denuncias y reclamos de sus familias ante distintos organismos nacionales e internacionales.
Alejandro Fabián Aibar formaba parte del listado de víctimas presentes en este folleto.
Recorte de la nómina publicada en 1982 por el CELS de las y los jóvenes detenidos-desaparecidos.
Fuente: Imagen tomada de la página oficial de CELS.
Actividad 3: Se le propone a las y los estudiantes leer algunos fragmentos del documento citado. En esta propuesta se han seleccionado tres textos que permiten conocer y analizar las formas y metodologías de los secuestros, quiénes eran las víctimas y las hipótesis formuladas en aquel momento sobre el posible motivo de sus secuestros. La o el docente puede acceder al documento completo desde aquí y realizar otras selecciones.
Además, se podrá invitar a las y los estudiantes a relacionar la información y los argumentos presentes en tales textos con las fuentes testimoniales anteriormente leídas y analizadas: los recuerdos de su hermana, de su compañera de escuela y de su madre. ¿Qué correspondencias encuentran entre sus testimonios y este informe?
Fragmento 1: El secuestro en el hogar paterno
“Los procedimientos empleados para detener a los adolescentes, no difieren sustancialmente de aquellos que culminaron con la dramática desaparición de miles de personas de todas las edades. Un análisis de la documentación presentada por los familiares ante las autoridades y diversos organismos nacionales e internacionales pone de manifiesto la participación de Fuerzas de Seguridad en secuestros, perpetrados por grupos fuertemente armados con armas cortas y largas, habitualmente vestidos de civil y desplazándose en varios automóviles, por lo general modelo Ford Falcón. El grupo se presentaba como perteneciente a la Policía Federal, a una de las armas o bien a las “Fuerzas Conjuntas”, a veces con presentación de credenciales cuya falsedad se probó en los recursos de hábeas corpus posteriores. En los casos que nos ocupan, la mayor parte de los operativos tuvieron lugar entre las 24 y las 5 horas.
Fragmento 2: Las víctimas
La presentación efectuada por los padres de adolescentes ante la Junta Militar, a que se hace referencia más arriba, fue acompañada por una nómina de los jóvenes, sus datos, y una descripción de las circunstancias que rodearon cada secuestro. Se adjuntaron, asimismo, constancias de todos los trámites realizados ante instancias policiales, militares, judiciales y administrativas por parte de las familias en la, hasta ahora, infructuosa búsqueda del desaparecido.
Surge de la documentación que, sobre 130 adolescentes cuyas edades oscilan entre los 15 y 18 años, el 75% fue detenido entre mayo de 1976 y julio de 1977. Del total, a 92 se los detuvo en el domicilio de sus padres y en presencia de éstos; a 6 en la escuela o lugares de trabajo; 16 fueron secuestrados en la vía pública ante testigos que comunicaron el hecho a los padres y 4 -que eran conscriptos- en dependencias militares. Se ignoran las circunstancias exactas de la desaparición de los 12 restantes, operada poco después de que hubieran salido de sus hogares, del domicilio de algún familiar o amigo, o de sus lugares de trabajo.
Prácticamente la totalidad de estos adolescentes vivía con su familia. Cursaban estudios en colegios secundarios o acababan de ingresar en la universidad; trabajaban o cumplían su servicio militar obligatorio. Todos, sin excepción, estaban provistos de documentos de identidad, que en la mayoría de los casos fueron exigidos por sus captores y que estos se llevaron consigo.
Estos jóvenes no se ocultaban, circulaban normalmente, mantenían relaciones normales en el ámbito familiar, laboral o en los establecimientos educacionales a los que concurrían. Todo esto hace imposible que pudiera considerárselos como un peligro para la sociedad.
Si agregamos a esto que en ninguno de los allanamientos se encontraron armas, ni tampoco material alguno que pudiera ser considerado comprometedor, cabe preguntarse: ¿en nombre de qué doctrina, para conjurar qué amenaza, hombres con armas de combate, en cantidad y actitud completamente desproporcionadas con cualquier posibilidad de resistencia, se abalanzaron sobre muchachos y chicas inermes y los arrastraron maniatados y encapuchados, a veces después de golpeados despiadadamente?”
Fragmento 3: El temor de los victimarios
En un intento por encontrar algún denominador común que explique el móvil de estos secuestros, hemos analizado la actuación de los jóvenes desaparecidos. Según declaraciones de sus padres, muchos de ellos habían pertenecido a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Otros habían ingresado al Centro de Estudiantes de sus respectivos colegios o habían frecuentado la Unidad Básica del barrio. Algunos habían participado en la "toma" de su colegio, en 1973. Esto último lleva la edad de estos "activistas" a los trece o catorce años. También conviene destacar que las organizaciones citadas anteriormente actuaban legalmente y sólo más tarde, a partir de 1976, fueron prohibidas.
(…)
Esta hipótesis arroja alguna luz sobre aquella absurda desproporción entre la debilidad de la víctima y los recursos de fuerza desplegados por los secuestradores. Su misión era aprehender al enemigo más temido; ese joven para el cual la escuela o la universidad son fermentarios de vida cívica, y no instituciones limitadas a proporcionar conocimientos académicos o títulos profesionales.
Fragmentos tomados de: Adolescentes detenidos-desaparecidos.
El 13 de agosto de 2018 comenzó el juicio a la Brigada de San Justo, lugar en donde estuvo secuestrado y desaparecido Alejandro Fabián Aibar y en el que se cometieron crímenes contra otras 84 víctimas. Entre los imputados se encuentran los represores Miguel Etchecolatz y Jaime Lamont Smart. También militares, policías y civiles por su responsabilidad en privaciones ilegítimas de la libertad, torturas, homicidios y agresiones sexuales.
Como se dijo anteriormente, en el marco de este juicio testificó Adriana Martín, sobreviviente del Centro Clandestino de Detención y Exterminio que funcionó en esta Brigada. Adriana fue compañera de militancia de Alejandro en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), y declaró haber compartido con él algunos meses de cautiverio en aquel lugar. Gracias a su testimonio se conoció, más de 40 años después, que Alejandro había estado secuestrado allí, por lo menos hasta diciembre de 1977.
Mientras se llevaban adelante las audiencias de este juicio, Griselda Aibar, hermana de Alejandro Fabían Aibar, produjo un emotivo audiovisual al que tituló: “Ruidos: Crónicas de una audiencia.”
Actividad 4: La o el docente podrá proponer a las y los estudiantes la visualización y escucha del mencionado material para luego dedicar un momento al análisis y discusión de su contenido, del mensaje que su autora intenta transmitir, sobre los motivos que la llevaron a elegir ese título, entre otras cuestiones.
Actividad 5: A continuación, la o el docente le propone a las y los estudiantes leer algunas publicaciones digitales de organismos gubernamentales y no gubernamentales respecto al desarrollo de este juicio que les permitirá reconstruirlo hasta el momento en que finalmente se dicta el veredicto sobre todos los imputados el 2 de diciembre de 2020.
La resolución de esta actividad puede generar espacios para la reflexión acerca del papel reparador de la justicia para las víctimas y para el fortalecimiento de las instituciones democráticas. Del mismo modo, la o el docente puede proponer a las chicas y los chicos indagar qué sucedió en nuestro país sobre este aspecto entre la escritura del documento del CELS antes analizado y el veredicto final en el Juicio a la Brigada de San Justo. Desde la reapertura democrática, ¿cuáles fueron las políticas públicas en materia judicial que obturaron o abrieron el camino de la justicia?
Diciembre de 2019
Julio del 2020
- La Plata: retomaron por Zoom las audiencias del juicio por los crímenes en la Brigada de San Justo
- Después de cuatro meses, se reanudó el juicio Brigada de San Justo
Diciembre de 2020.
- Veredicto Juicio Brigada de San Justo. Tribunal Oral Federal N° 1 La Plata. Emisión en directo.
- La Plata: condenan a diez acusados a prisión perpetua y a otros seis a 25 años de prisión por crímenes de lesa humanidad en la Brigada de San Justo
- Juicio Brigada de San Justo: solicitan doce perpetuas y penas de hasta 25 años para militares, policías y civiles
- Sentencia en Juicio Brigada de San Justo: 10 condenados a prisión perpetua y seis a 25 años
Febrero de 2021
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Agradecimiento especial a Sergia Paolini de Aibar, Griselda Aibar, Liliana Tolosa, Suteba Merlo y la Dirección de Derechos Humanos del Municipio de Merlo. La mayoría de los insumos utilizados para la elaboración de esta propuesta fueron aportados por el Programa del Archivo y la Verdad Histórica de la DGCyE.