Añoranza en la Marión

Microrrelato de Denisse Avaca de Eyto (EES N°7 El Nacional, Gral. Villegas)

Creado: 26 mayo, 2021 | Actualizado: 17 de octubre, 2023

Este microrrelato es uno de los 50 seleccionados en el Concurso Buenos Aires Fantásticaorganizado en 2020 por la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires y la Unidad Bicentenario del Ministerio de Comunicación Pública. De esta propuesta participaron 2.200 estudiantes del ciclo superior de escuelas secundarias bonaerenses. Sus obras fueron evaluadas por jurados distritales, regionales y por una instancia provincial que destacó dos cuentos por región educativa.

Añoranza en la Marión

Parecía como si el cielo estuviese triste, una mañana carente de los cálidos rayos del sol. Mis hermanos, por una razón desconocida para mí, desprendían una evidente angustia en sus cansados rostros. En especial mi hermana menor, con sus rizos despeinados y su vestidito descolorido, tenía la mirada perdida en alguna de las piedras gastadas del suelo. Como tratando de mirar más allá de estas. Asumo que esas angustiosas expresiones se deben a la noticia que el patrón había anunciado unos días atrás; aparentemente, para fines de abril, los ejemplares Shortorn y Hereford habrían de ser trasladados, por lo que tendremos que buscar otro lugar para subsistir.

La posada en la que vivimos, una modesta casucha a dos aguas, sostenidas con troncos irregulares y cimentada con barro y paja, se encuentra detrás del pabellón de extravagante arquitectura, construido principalmente para la exposición de ganado vacuno. Charles Brown, conocido en la posada como “el patrón”, un hombre viejo, egocéntrico y relacionado con la elite porteña, mandó a edificar este palacio en medio de la desolada llanura.

Recuerdo cuando lo construyeron, los obreros desfilaban llevando y apilando ladrillos, uno sobre el otro, con gran destreza y sus colosales portones, recibían a aquellos curiosos, en su mayoría, pertenecientes a la aristocracia de terratenientes. Desde hace casi diez años el imponente casco, reduce la inmensidad de la pradera al acecho de la predominante cúpula de cristales. Los arbustos con sus ligustrinas vigorosas, custodian la entrada del recinto, teñidas con vistosos colores por azucenas amarillas, blancas orquídeas y lirios violetas.

Esa misma tarde, mi madre se encontraba en la cocina y mis hermanos en la huerta, cuando oímos el ensordecedor ruido del tren aproximándose.

Levanté la vista de las hortalizas, y observé con sorpresa una alfombra roja de terciopelo, ubicada en la entrada del chalet, que se extendía hasta las vías del ferrocarril Oeste. En ese preciso momento divisé un viejo tren de hierro que se detuvo atravesando el campo. El patrón transmitía un evidente nerviosismo y entusiasmo, por lo que nos mandó a la posada para que permanezcamos allí, hasta la partida de las sobresalientes visitas. Y, simultáneamente salió a recibirlos, con postura erguida y aire petulante. 

Asomados a la puerta de madera carcomida, llegamos a distinguir a un hombre que descendía del vagón, con su esmoquin y zapatos betunados. Seguido de éste, bajó un joven, de mirada cautivadora, agotado por el viaje. Al descender del tren, ambos desfilaron por el tapiz, satisfechos por el recibimiento de su llegada a la estancia. En el momento que se aproximaron a los colosales arcos de mármol, el patrón los recibió afablemente, escoltándolos hacia la entrada del chalet.

Una vez en la antesala, una reciente fotografía, presentaba a mi familia y al patrón, ubicados delante el pabellón. Recuerdo ir a retirarla cuando en ese momento, el joven recién llegado a la estancia exclama en correcto castellano - No veo que sea prudente que aleje el retrato de la sala, señorita- y viendo mi asombro ante tal pedido se presenta con una gran reverencia,- Príncipe de Gales, Eduard de Windsor, gusto en conocerla-. A lo que respondo con una leve sonrisa,-Francisca, encantada de conocerlo-.

Al finalizar la jornada, lo acompañé hasta la entrada del chalet, seguimos caminando en silencio por el camino de césped amarillento, hasta llegar a los arcos de mármol veteado. No era capaz de abandonarlo.

Al subir al vagón, que permanecía inmóvil en las vías del ferrocarril, Eduard proyecta sus ojos hacia el radiante horizonte. Con su mirada recorre la posada, el jardín y el pabellón. Finalmente observa los monumentales arcos y detiene su atención en mi rostro, para dedicarle una última sonrisa antes de marcharse. Seguidamente observo que busca exasperado un objeto en uno de sus maletines y aparta de él, un ostentoso broche turquesa con diamantes centellantes. Oigo a lo lejos el pedido que le solicita al patrón: -Permítame regalarle a Francisca este refinado prendedor, es una reliquia del palacio, perteneciente a mi madre-. Sorprendido ante la petición del heredero, Charles afirma confundido,-Me temo, su realeza, que la joven que usted menciona, tristemente ha muerto unas semanas antes de su llegada a la estancia-.

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