“Decreto incomprendido” de Liliana Bodoc

Un cuento distópico para toda la familia.

Creado: 11 mayo, 2021 | Actualizado: 11 de julio, 2023

... Les aseguro, damas y caballeros, que el cumplimiento de MI DECRETO conseguirá que los habitantes de este pueblo retornen el camino de la virtud y la buena conducta. Cúmplase hoy, mañana y siempre.

Un fervoroso aplauso, que arrancó en el “Cúmplase” y terminó varios minutos después, emocionó visiblemente al orador. Se trataba del señor Severo Cuasimorto. Hombre flaquísimo y altísimo, verdoso y anguloso que estrenaba, con un muy singular decreto, su recién adquirido cargo de “Custodio de la Perfección”.

En realidad, el mencionado cargo no existía antes de que Severo Cuasimorto lo asumiera ni sobrevivió cuando lo abandonó. Cuasimorto y su cargo fueron una sola cosa, un cuerpo y su espíritu.

La primera y única tarea del señor Cuasimorto era eliminar los errores de los ciudadanos, castigar las equivocaciones, ¡y aniquilar la vergonzosa imperfección!

Tras pasar días y noches en su despacho, sorbiendo café amargo y comiendo galletas de limón, Severo Cuasimorto emergió triunfante. Sostenía, adelante y arriba, un papel escrito de su puño y letra. El decreto que maquinó en largas horas de inspiración era definitivamente ingenioso. Y puso pálido a un pueblo entero.

Toda vez que un habitante, de cualquier edad, sexo u oficio, cometa un error, desacierto o burrada, inexactitud o traspié, tropezón o caída, con intención o sin ella, recibirá un OBJETO en su domicilio antes de cumplirse las veinticuatro horas...

OBJETO fue la palabra que eligió Severo Cuasimorto para su decreto y esto, en efecto, era lo que recibían los culpables. Esféricos o cúbicos, huecos o macizos, claros, oscuros, pesados o livianos, porosos, transparentes, pequeños o enormes.

La relación que existía entre la forma del objeto y el error cometido fue una cosa que Severo se llevó consigo a la tumba.

En cambio expresó, a toda voz, las ventajas del escarmiento:

1. Toda vez que uno de nuestros OBJETOS ALECCIONADORES sea llevado a un domicilio, será visto por todos los vecinos y esto, sin duda alguna, acarreará vergüenza al imperfecto en cuestión.

2. Los OBJETOS, obligatoriamente colocados en un sitio visible de la casa, serán recuerdos constantes de los errores cometidos que aportarán la necesaria cuota de arrepentimiento al citado imperfecto.

¡Todos fueron problemas!

Los buenos vecinos pelearon entre sí. La gente andaba cabizbaja y arisca. Caras demacradas, mesas sin apetito y noches con pesadillas. Lo peor de todo fue que entre tanto desaliento y tanta vergüenza, los errores se hicieron más frecuentes.

Los OBJETOS de Cuasimorto llegaron a la casa del niño que se equivocó en la tabla del nueve; a lo de la muchacha que dijo una mentira; a lo del empleado que se quedó dormido y llegó tarde al trabajo.

Y bien, cierto día un anónimo señor quiso transportar una bolsa con garbanzos. De pronto la bolsa se rompió y los granos empezaron a dispararse por todas partes. El señor miró ansiosamente a su alrededor, lo primero que vio fue un error grande y hueco. Sin pensarlo dos veces, vació allí dentro la bolsa de garbanzos y quedó muy satisfecho.

En susurros se lo contó a su esposa, esta a su hija, la hija a su marido y el marido al cadete de la farmacia. De este modo, en poco tiempo, todo el mundo comenzó a verles a sus errores el lado útil.

Uno se atrevió a pintarlos como adornos navideños.

¡Peor aún! La gente se prestaba errores.

–¿Tendrías un error que pueda servirme para colgar sombreros?

–Préstame ese error para atizar el fuego.

EI escándalo llegó a rebelión cuando los vecinos juntaron todos los errores y construyeron juegos para los niños en la plaza del pueblo.

Severo Cuasimorto trató de controlar la rebelión, pero cuando comprendió que era imposible, desconsolado y herido, decidió partir de allí sin dejar huellas.

Lo hizo una mañana muy temprano. Llevaba solo una pequeña maleta donde guardaba el decreto y algunas galletas de limón. En la mano libre, llevaba una madera larga y angosta.

Un ciudadano madrugador lo vio irse.

–Adiós, Cuasimorto. ¿Qué es esa enorme madera que llevas contigo?

–El único error que cometí en mi vida.

–¿Y cuál fue ese error, Severo Cuasimorto?

–Confiar en este pueblo de imperfectos incurables.

Unas horas después, Severo Cuasimorto salía del bosque que rodeaba al pueblo cuando encontró que el río estaba desbordado. El puentecillo que comunicaba las dos orillas estaba cubierto, impidiendo el paso de los que querían llegar o, como en su caso, querían irse muy lejos.

Pasaban las horas, y Cuasimorto, altísimo y flaquísimo, verdodo y anguloso, empezaba a tener frío, hambre. Y hasta un poco de miedo, porque el bosque no se parecía en nada a su oficina cuadrada y oscura. Cuasimorto miró una y otra vez el Objeto Aleccionador que se había enviado a sí mismo hasta que al fin se decidió. ¡Digamos lo que es cierto...! Le tomó mucho tiempo decidirse pero al fin lo hizo. 

Tomó la tabla, se tendió sobre ella boca abajo y, ayudándose con los brazos, atravesó el río hasta la otra orilla.

Le gustara o no, el señor Severo Cuasimorto tuvo que aceptar que gracias a su error, más un poco de imaginación, más la ropa empapada, pudo seguir avanzando en el camino.

 

Liliana Bodoc nació en Santa Fe en 1958, vivió en Mendoza desde los cinco años y falleció en 2018. Cursó la licenciatura en Literatura Moderna en la Universidad Nacional de Cuyo, y ejerció la docencia. Su primera novela, Los días del Venado (2000) obtuvo una impresionante variedad de distinciones, entre ellas integrar la Lista de Honor del Premio Andersen 2000. Desde entonces su prestigio literario no dejó de crecer.

 

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