Esa vieja rompe pelotas
Microrrelato de Gianna Cordone Siri (EES N°37, Moreno)
Creado: 26 mayo, 2021 | Actualizado: 17 de octubre, 2023
Este microrrelato es uno de los 50 seleccionados en el Concurso Buenos Aires Fantástica, organizado en 2020 por la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires y la Unidad Bicentenario del Ministerio de Comunicación Pública. De esta propuesta participaron 2.200 estudiantes del ciclo superior de escuelas secundarias bonaerenses. Sus obras fueron evaluadas por jurados distritales, regionales y por una instancia provincial que destacó dos cuentos por región educativa.
Esa vieja rompe pelotas
Desde chico me enseñaron que casi todo en la vida se puede resumir en un libro, y si tuviera que resumir, a mi vecina la pondría como la bruja que siempre se lleva a los nenes. Yo sé que no hay vieja más mala e insoportable que la vecina de acá al lado. Y no es que soy malo por pensar eso, es que por ejemplo la otra vez jugábamos con los pibes a la pelota en el patio de casa viste; y el Gordo pateó muy alto, tanto que la pelota cruzó la medianera y terminó en el terreno de la vieja. ¡Para qué!, hizo un escándalo de aquellos por haber estropeado su “jardín perfecto”. Y por si fuera poco, después nos pinchó la pelota; nueva era la pelota. Pero por lo menos tenía otra toda viejita y chirusa (como la vecina) que encontré tirada en el galpón y seguimos jugando con esa. Nosotros con tal de no perder más pelotas nos cruzamos al campito de enfrente, viste que tiene muchos árboles y hasta una montaña, es la parte de atrás de la plaza Buján, la del barrio, la que separa a Moreno de Paso del Rey; ahí cuando hace mucho calor empiezan incendios y vienen los bomberos, un quilombo. Cuestión que el bosquecito ese siempre fue tétrico y sombrío, viste, más de noche o si hay mucha niebla. Aunque de día siempre fue bastante lindo, con el pasto, la sombra justa de los inmensos eucaliptus y el solcito, así que todas las tardes que no jugamos me tiraba de panza a leer. Como me crié prácticamente ahí, no le tengo miedo. Quizás suene a loquito de manicomio pero siento una extraña conexión con él, quizás sea por la cantidad de libros de brujos, dragones y princesas que leí de niño. Recuerdo que me metía dentro de los árboles huecos y decía pasar a otro mundo, como una especie de portal mágico... Me fui de tema. En que estaba, ah sí, la vieja. Podría contar mil historias de ella pinchándome las pelotas, pero eso no es lo que quiero puntualmente. La verdad de la milanesa acá no es esto que estoy contando sino un suceso que me pasó hace mucho tiempo... Estábamos jugando a la pelota en el descampado de enfrente con los pibes, estábamos todos, hasta el Rodillita (le decimos así porque vive mal de la rodilla). Y ahí hizo el Gordo de las suyas otra vez, pateó fuerte para que no nos metan un gol y la pelota terminó metida en el bosquecito este, entre uno de esos árboles huecos y el charco de barro que prácticamente llenaba un pocito que la vieja le mandó hacer a su marido para sacar tierra buena para sus plantas. Y viste como asustan esos eucaliptos, nadie se animaba a ir a buscarla, el solcito ya bajaba y no tenía todo el día, mi vieja justo me llamó para que la ayude a arreglar no sé qué cosa que se rompió en casa así que terminé entrando yo. Cuando llegué hasta la pelota cuidando no resbalarme y la alcé, sentí que me miraban “Seguro son los pibes”, pensé, pero cuando me giré para verlos me di cuenta que ellos habían hecho ronda para charlar y tomar agua y no había nadie cerca que me pueda estar mirando. Solo estaba la vieja regando su perfecto pastito con su típico delantal floreado y esas pantuflas aplastadas, esperando a que se nos caiga alguna pelota para pincharla, porque estoy seguro de que hasta disfrutaba de romperlas; así de bruja era. Ah, sí, la pelota. Cuando la miré de vuelta tenía una mancha así que le pasé la remera que ya bastante sucia estaba, la mancha se borroneó y no salió. La toqué con los dedos con asco y me la acerqué a la nariz para tratar saber que era. Tenía un olor fuerte y familiar; sentí que me mareaba. De un segundo a otro cayó la noche. Escuché ruidos raros así que tratando de no parecer asustado quise salir, no pude. Mi cuerpo quedó paralizado en el lugar, mi mente procesó la acción y quiso enviar la orden, pero era imposible que respondiera. Mi cuerpo ya no era mío. Cerré los ojos y al abrirlos ya todo era vacío, vi todo negro. Caía a la nada misma. Terminé cayendo sobre un charco de un líquido denso y de olor fuerte, el mismo olor de la mancha de la pelota; tinta. Y también olor a papel viejo. Habían cerrado el libro a media historia.
—Dale boludo, ¡trae la pelota!
Era la voz inconfundible del Rodillita. Pero ya era muy tarde para llevársela. Mi cuerpo no respondía aunque intentaba. Nunca supe que de qué hablaban mi amigos o si la vieja me iba a reventar más pelotas. En ese instante entendí que mi vida era tan corta como este escrito, porque en el momento en el que termina, mi existencia termina con él; y que muero y revivo tantas veces como la lectura de esta historia.
Fui cerrando mis ojos de a poquito, acostándome sobre ese mar de tinta y papel amarillento. Con la vieja rompe pelotas regando sus plantas como último recuerdo. Porque qué vieja hija de puta que era.