Fugitivo reflejo del final
Microrrelato de Inés Morena Gorla Santisteban (EES N°7, Lujan)
Creado: 10 noviembre, 2021 | Actualizado: 17 de octubre, 2023
Este microrrelato es uno de los 50 seleccionados en el Concurso Buenos Aires Fantástica, organizado en 2020 por la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires y la Unidad Bicentenario del Ministerio de Comunicación Pública. De esta propuesta participaron 2.200 estudiantes del ciclo superior de escuelas secundarias bonaerenses. Sus obras fueron evaluadas por jurados distritales, regionales y por una instancia provincial que destacó dos cuentos por región educativa.
Fugitivo reflejo del final
En un pequeño pueblo de la ciudad de Luján, las noches de invierno son más frías que en el resto de la inmensa Buenos Aires.
La soledad carece de sentido, cuando tenés compañía las sensaciones cambian, la existencia se torna sensata.
Cuando compartís una pequeña habitación pintada de celeste claro con una persona a la que amás más que a ninguna otra porque compartiste todo desde siempre, incluso el vientre materno, cuando compartís una cama de una plaza con un cuerpo de igual tamaño que el tuyo y mientras ambos duermen tironean de las sábanas en una pelea amorosa por conseguir la parte de tela que el otro calentó con su cuerpo inconsciente. Y te despertás con una sensación de enojo somnoliento, pero al voltear la cabeza, abrís con esfuerzo los ojitos pegados y ves a esa persona igual a vos, tan pequeña y tan inmensa con un pijama blanco exactamente igual al tuyo y todo pasa.
Ya sé que nunca me cansaba de jugar, es que no tenía a nadie más y no quería a nadie más, porque vos eras todo lo que necesitaba. Perdoname por revolearte cosas en momentos serios y frente a otras personas, cuando me advertiste que por mi bien no lo haga. Perdoname por seguirte a donde ibas, aunque me pediste que te espere en la pieza, pero los días adentro se hacían eternos y a veces la idea de que a la tardecita volverías a jugar y dormir conmigo simplemente no era suficiente. Y perdoname por enojarme tanto ese día, si me hubiese podido controlar, si no te hubiese pegado en frente de mamá, hoy seguiríamos juntos. Es que me habías dicho que ibas a volver temprano, pero te fuiste a jugar con tus amigos sin decirme y yo me quedé esperándote todo el día y toda la noche sin dormir, encerrado dando vueltas en los nueve metros de jaula celeste. Y apareciste a la mañana siguiente como si nada hubiese pasado y yo corrí a ver si estabas bien con lágrimas en los ojos y lo único que me dijiste fue que te habías olvidado de decirme y entonces todo pasó, tan rápido como sólo las peores cosas pasan.
Entonces empezaste a llorar también, ahora sé que no por el golpe, sino porque sabías lo que nos esperaba. Y como siempre tenías razón.
Al otro día empezó el torbellino de personas desconocidas, de adultos invasores con micrófonos y cámaras.
Esta vez te hice caso y me quedé todo el día quieto, en silencio, acurrucado en un rincón, observando la casa llena con mirada asustada, invisible como siempre para todos menos vos.
No entendía por qué había venido tanta gente a intentar sacarme, con ese humo de olor extraño y esa agua helada que llaman bendita y al salpicar mi cara se mezclaba con mis lágrimas tibias. Y yo te veía en el otro extremo de la casa también llorando, por mi, por mi sufrimiento demasiado inerte, porque ya era tarde, y te escuchaba decirles a los que te acosaban a preguntas sobre aquel ser espectral que siempre te seguía que todo estaba bien, porque todo estaba bien, pero sólo nosotros lo sabíamos.
Y cuando me dirigiste esa sonrisa que pretendía transmitir tranquilidad, se te escapó el reflejo del final.
Y entonces entendí todo.
Ya hace tiempo no vivo.
Sólo vos me mantenías acá, sólo para vos estoy acá. Ya sé que vos lo sabías, y tranquilo, no estoy enojado porque no me lo dijiste, fui yo el que no me di cuenta, el que pensó que era posible vivir por el mero hecho de que alguien te ame.
Nacimos juntos y compartimos una realidad perfectamente irreal, pero ahora entiendo todo, y sé que este no es mi sitio, que debo irme a ese lugar donde las almas se reúnen y el tiempo no corre y dejarte vivir, vivir de verdad, que la habitación celeste es muy pequeña y que la cama de una plaza nos quedó chica. No te preocupes por mí, me voy caminando todo lo que nunca caminé a ese lugar que vos siempre me dijiste era mejor. No lo entendía, pero ahora lo entiendo, y por eso me voy feliz.
En un pequeño pueblo de la ciudad de Luján, las noches de invierno son más frías que en el resto de la inmensa Buenos Aires, pero tranquilo, porque me llevo puesto el pijama blanco y en una mochilita nuestra manta cuadrillé.