Hansel y Gretel

Dos hermanitos perdidos en un bosque. Una bruja que usa una casita de golosinas para atraer a los niños. ¿Un cuento infantil o una historia de terror? Simplemente, Hansel y Gretel.

Creado: 14 febrero, 2023 | Actualizado: 15 de marzo, 2024

Hansel y Gretel

Hermanos Grimm

Ilustraciones de Leicia Gotlibowski

En el borde de un bosque inmenso, vivía un pobre leñador con su mujer y sus dos hijos; el muchacho se llamaba Hansel y la niña, Gretel. Eran muy pobres. El padre apenas podía ganar lo suficiente para llevar a la casa un pedazo de pan. 

Una noche, el hombre daba vueltas en la cama sin poder dormir y, muy afligido, suspiró y dijo a su mujer:

—¿Cómo podremos alimentar a mis pobres hijos si no tenemos ni siquiera unas monedas?

—¿Sabes qué? –respondió la mujer–. Mañana llevaremos a los niños al bosque. Encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan a cada uno y los dejaremos solos. Como no podrán encontrar el camino de vuelta, ya no tendremos que alimentarlos.

—No, mujer –replicó el hombre–, yo no haré tal cosa. No podré soportar el remordimiento si abandono a mis hijos en el bosque.

—Entonces –dijo ella–, tendremos que morir de hambre los cuatro. 

Hansel y Gretel escucharon las palabras de la madrastra. La niña se puso a llorar con amargura pero su hermano le dijo:  

—No te aflijas, Gretel. Ya veré la manera de que podamos regresar a casa.

Y así fue. Mientras los padres dormían, se levantó, abrió la puerta y salió sigilosamente. La luna alumbraba con su luz y los guijarros que había delante de la casa resplandecían como monedas. Hansel recogió tantas piedrecillas como cabían en sus bolsillos. 

Al regresar, dijo a Gretel: 

—Duerme tranquila, hermanita. 

Y volvió a acostarse en su cama.

Al amanecer, muy temprano, la mujer despertó a los niños. 

—Levantaos, perezosos –dijo–, iremos al bosque a buscar leña. 

Le dio a cada uno un pedacito de pan: 

—Guardad este pan para el almuerzo, no lo comáis antes de la hora. 

Gretel guardó el pan bajo su delantal porque Hansel tenía los bolsillos llenos de piedras. Los cuatro se encaminaron hacia el bosque. A poco de andar, Hansel se detuvo y miró hacia la casa; lo hizo una y otra vez. 

Su padre le preguntó:

—Hansel, ¿por qué te quedas atrás? Camina junto a nosotros.

—Ay, padre –respondió Hansel–, miro a mi gatito blanco que está sobre el techo y quiere decirme adiós.

—Ese no es tu gato, niño –le dijo la mujer–. Es un rayo de sol que ilumina la chimenea.

En realidad, Hansel se detenía para echar en el camino los brillantes guijarros que llevaba en los bolsillos. 

Cuando llegaron al corazón del bosque, dijo el padre:

—Niños, recoged unas ramas; voy a encenderos una hoguera para que no sintáis frío.

Hansel y Gretel juntaron un montoncito de leña. Su padre encendió el fuego y la mujer dijo: 

—Quedaos junto al fuego mientras nosotros cortamos leña por el bosque. Cuando terminemos, regresaremos a buscaros.

Hansel y Gretel se sentaron junto al fuego y cuando llegó el mediodía comieron cada uno su pedacito de pan. 

Estuvieron allí sentados largo rato y, como se habían levantado al amanecer, se durmieron profundamente. Cuando se despertaron, ya era entrada la noche.

—¿Cómo vamos a salir ahora de este bosque? –dijo Gretel, muy asustada.

—Espera hasta que salga la luna –la consoló Hansel–. Nos iluminará y encontraremos entonces el camino.

Cuando salió la luna llena, Hansel tomó a su hermanita de la mano y siguió el camino marcado por los guijarros, que resplandecían a la luz de la luna como brillantes monedas.

Caminaron durante toda la noche y al amanecer llegaron a la casa. Su padre sintió una gran alegría; la mujer, en cambio, dijo: 

—Sois unos malcriados. Tardasteis demasiado en volver.  

No pasaron muchos días hasta que volvió a faltar en la casa el pan de cada día. Por la noche, los niños oyeron cómo la mujer hablaba nuevamente con el padre.

—No tenemos qué comer. Volvamos a llevar a los niños al bosque, a un lugar alejado para que no encuentren la salida.

Al hombre se le contrajo el corazón de pena, pero la mujer insistió hasta convencerlo. 

Entonces, Hansel se levantó en silencio pero esta vez no pudo salir a recoger guijarros como la vez anterior porque la mujer había cerrado la puerta con llave. De todas maneras, consoló a su hermanita: 

—No llores, Gretel –le dijo–, y duerme tranquila. 

Por la mañana temprano, la mujer sacó a los niños de la cama y les dio sus pequeños pedacitos de pan. Mientras caminaban hacia el bosque, Hansel desmenuzó el pan dentro de su bolsillo y de vez en cuando se detenía para echar migas al suelo.

—¿Por qué te detienes? –le preguntó el padre–. Sigue tu camino. 

—Miro la palomita que está en el techo y quiere decirme adiós –contestó Hansel.

—Esa no es tu palomita, niño –le dijo la mujer–. Es un rayo de sol que ilumina la chimenea.

Sin embargo, Hansel logró echar todas las migas en el camino.

La mujer condujo a los niños hasta lo más profundo del bosque. De nuevo, encendió una fogata y dijo:

—Quedaos aquí y si os entra sueño, podéis dormir un poco. Nosotros iremos a cortar leña. Por la tarde, vendremos a buscaros.

Cuando llegó el mediodía, Gretel repartió su pan con Hansel, que había esparcido el suyo por el camino. Pasó la tarde..., cayó la noche y nadie vino a buscarlos. 

Hansel volvió a consolar a su pequeña hermana:

—Espera, Gretel –le dijo–, a que salga la luna; entonces veremos las migas de pan y ellas nos mostrarán el camino hacia casa.

Al salir la luna se pusieron en marcha, pero no encontraron ninguna miga pues las bandadas de pájaros se las habían comido.

—Ya encontraremos el camino –dijo Hansel.

Pero no lo encontraron. Caminaron y caminaron. Al mediodía, vieron un hermoso pajarito, blanco como la nieve, posado en una rama. Cantaba tan melodiosamente que se pararon a escucharlo.

Cuando el pájaro terminó sus trinos, agitó las alas y voló hacia ellos. Siguiéndolo, llegaron a una casita. El pájaro se posó en el techo y cuando ellos se aproximaron, vieron que la casita estaba construida con galletitas y su techo era de tarta. Las ventanas eran de caramelo.

Hansel extendió la mano y quebró un trocito del techo y Gretel, acercándose a los cristales, dio un mordisco. Entonces, se oyó una débil voz desde el interior:

—¿Quién roe mi casita

como una ardillita?

Los niños respondieron:

—La brisa, la brisa,

que del cielo es la hija.

Y siguieron comiendo sin inquietarse. Hansel, a quien el techo le había gustado mucho, desprendió un gran pedazo, y Gretel, que había sacado todo un panel redondo de la ventana, se sentó y dio buena cuenta de él.

 

De pronto, se abrió la puerta y una viejita, apoyándose en una muleta, salió lentamente. Hansel y Gretel se dieron un gran susto y dejaron caer lo que tenían en las manos. 

La vieja meneó la cabeza y dijo:

—Ay, niños queridos, ¿tenéis hambre? Entrad y quedaos conmigo.

Tomó a los dos de las manos y entró con ellos en la casita, donde les sirvió leche y pastelitos con azúcar, manzanas y nueces. Después, en dos cómodas camitas, Hansel y Gretel se echaron a dormir llenos de alegría.

Pero aquella anciana era una malvada bruja que tendía trampas a los niños y había construido la casa de ricas golosinas con el único objeto de atraerlos. Cuando lograba apoderarse de alguno, lo cocinaba y se lo comía. 

La bruja era corta de vista pero tenía buen olfato. Mientras Hansel y Gretel tomaban trozos de dulces, ella había olido el bocado que más le gustaba y, riéndose, decía para sí misma “Éstos ya no podrán escaparse de mí”.

Por la mañana, la vieja se levantó y al ver que dormían, tomó a Hansel con su mano huesuda, lo llevó a un pequeño corral y lo encerró tras una puerta de reja. El muchacho gritó pero no le sirvió de nada. 

Después fue a despertar a Gretel, y moviéndola, gritó:

—¡Levántate, perezosa! Busca agua y cocina algo rico para tu hermano que está en el corral. Cuando esté bien gordo me lo comeré.

Gretel se puso a llorar pero tuvo que obedecer a la malvada bruja. Desde ese día, la niña preparaba los mejores platos para Hansel, mientras ella solo recibía los desperdicios. 

Cada mañana, la vieja iba al corral y llamaba:

—Hansel, muéstrame tu dedito,

quiero comprobar si ya estás gordito.

      Pero Gretel había entregado a su hermano un huesecillo de pollo y Hansel se lo mostraba a la bruja a través de la reja. La vieja, con sus ojos sin luz, creía que era el dedo de Hansel y se asombraba de que no engordara.

Después de cuatro semanas, como Hansel continuaba flaco, no quiso esperar más.

—¡Gretel! –llamó–. Trae agua. Gordo o flaco, mañana comeré a Hansel.

¡Ah, cuántas lágrimas corrieron por las mejillas de la pobre hermanita!

—Ahorra tus lloriqueos –gritó la vieja–; enciende el horno. Primero vamos a hacer el pan pues ya tengo la masa lista. 

Y empujó a Gretel hacia el horno. Pero Gretel se dio cuenta de sus intenciones. Apenas encendiera el fuego, la bruja cerraría el horno para que se asara bien y se la comería a ella también. 

—No sé cómo encender el horno –dijo–. 

—¡Qué niña tonta! –exclamó la vieja–. La puerta del horno es bastante grande. Mira, hasta yo misma puedo entrar a encenderlo.

Y, aproximándose, metió su cabeza dentro de la boca del horno para prender el fuego. Entonces Gretel, dándole un empujón, la lanzó muy al fondo, cerró la portezuela de hierro y echó a correr en busca de Hansel.

Gretel abrió el corral y exclamó:

—¡Hansel, estamos salvados!

Hansel salió de un salto como un pájaro al que se le abre la jaula. ¡Cuánto se alegraron los hermanitos! ¡Y cómo se abrazaron!

Como ya no temían que los comiera la bruja, entraron en la casa y hallaron en los rincones cofres llenos de perlas y piedras preciosas.

—Son mejores aún que los guijarros –dijo Hansel, y metió en sus bolsillos todo lo que cabía.

—Yo también llevaré algo a casa –dijo Gretel, y formando con su delantal una bolsa, la llenó.

—Ahora marchémonos de aquí –propuso Hansel–, para poder salir de este bosque embrujado. 

Después de caminar varias horas, llegaron a los lugares del bosque que más conocían y, al fin, a lo lejos, vieron su casa. Entonces, echaron a correr y saltaron a los brazos de su padre. El hombre no había vivido ni una hora de alegría desde el instante en que abandonara a sus hijos en el bosque. En cuanto a la mujer, había muerto. 

Gretel soltó su delantal, de modo que las perlas y las piedras preciosas saltaron por toda la habitación, y Hansel, sacando de su bolsillo un puñado tras otro, hizo crecer el tesoro.

Desde ese momento, vivieron juntos y felices para siempre.

Imagen de portada: Ilustración de Leicia Gotlibowski.

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