Pueblos originarios: historias de conquistas y resistencias. Fichas

Cuando los europeos invadieron América –a partir de 1492– los pueblos originarios opusieron resistencia a lo largo de todo el continente. Este material trata sobre los procesos de resistencia de algunos de los pueblos originarios instalados en el actual territorio argentino: los diaguitas y los querandíes.

Creado: 9 enero, 2024 | Actualizado: 23 de febrero, 2024

Las orientaciones para docentes que acompañan a estas fichas están disponibles en Pueblos originarios: historias de conquistas y resistencias.

ÍNDICE

Presentación:

  1. Pueblos originarios: historias de conquista y resistencias.

Resistencia en los Valles Calchaquíes (siglos XVI y XVII):

  1. Los pueblos diaguitas: presentación (texto, ilustración, mapas) 
  2. Aldeas diaguitas.
  3. Conflictos y guerras.
  4. Resistencia diaguita.
  5. Los invasores españoles.
  6. Qué hicieron los diaguitas para resistir a los españoles.
  7. Después de la derrota:

Una historia especial: los quilmes. 

Otra historia especial: los amaichas.

Resistencia de los querandíes:

9. Los querandíes expulsan a los españoles. La crónica de Ulrico Schmidl.

1. PUEBLOS ORIGINARIOS. HISTORIAS DE CONQUISTA Y RESISTENCIAS

Desde hace miles de años, el continente americano está habitado por los pueblos originarios. Se los llama así porque fueron los primeros que poblaron estas tierras. Fueron muchos y muy diversos y se distribuyeron por casi todo el continente.

Después de la llegada de Cristóbal Colón en 1492, los europeos invadieron América y la vida de los pueblos originarios se transformó. Los invasores querían conquistar a los indígenas, apoderarse de sus riquezas e incorporar sus tierras a grandes imperios coloniales. Los territorios conquistados se convirtieron en colonias de los imperios europeos español o portugués. 

¿Cómo respondieron los pueblos originarios a la invasión europea? 

La resistencia indígena

Algunos historiadores plantean que las sociedades indígenas se transformaron completamente, de forma casi automática, como resultado de la conquista. Y que a partir de allí comenzó un período de paz que se prolongó durante toda la etapa colonial. Sin embargo, es preciso modificar esa imagen. Existen numerosas pruebas de que la colonización no fue un proceso aceptado sin oposición.

Luego de los primeros contactos, la resistencia indígena a las expediciones europeas que penetraron el continente, fue tomando diferentes formas. (…)

En el Río de la Plata, los charrúas y los querandíes rechazaron los intentos de los españoles de ocupar sus territorios durante más de medio siglo, obligando a despoblar el fuerte de Buenos Aires que había sido fundado en 1536.

Los mapuches liderados por los caciques Caupolicán y Lautaro resistieron a la conquista española por más de 300 años. 

En los Valles Calchaquíes, la resistencia adoptó la forma de numerosas sublevaciones, fugas y conspiraciones. En el año 1630 los diaguitas se sublevaron ante las presiones de los españoles por obligarlos a aumentar el tiempo de trabajo.

Aunque ninguno de estos movimientos triunfó de manera definitiva, el temor a su estallido provocó la permanente inquietud de los españoles. Por su parte, las acciones de resistencia permitieron a los indígenas el mantenimiento de sus lazos culturales y la esperanza de recuperar su autonomía.

Adaptado de: Patricia Moglia y otros (1997) La resistencia indígena. Pensar la Historia. Plus Ultra.

La historiadora Ana María Lorandi dice: 

“La penetración española se fue haciendo cargada de dificultades y miserias materiales y humanas. Cuando se lograba colonizar ciertos sectores, otros ofrecían una feroz resistencia, como por ejemplo los Valles Calchaquíes en el corazón del Noroeste. El Chaco y la Patagonia no fueron ocupados hasta el siglo XIX. La colonización costó ríos de sangre, agotó los recursos e inundó los corazones de amarguras, desazones y rencores, tanto de los indígenas como de los españoles. Muy pocas cosas se consiguieron negociando; la mayoría se obtuvo a golpe de armas, una y otra vez”. 

Lorandi, Ana María (2000) “Las rebeliones indígenas” en Tandeter, Enrique, La sociedad colonial. Nueva Historia Argentina. Buenos Aires, Sudamericana, página 287.

2. LOS PUEBLOS DIAGUITAS

Para presentar a los diaguitas vamos a ubicarnos en el año 1000 –hace 1000 años–. Aunque se los llama con un mismo nombre, los diaguitas eran en realidad un conjunto de pueblos diferentes que eran independientes entre sí: los quilmes, los tolombones, los pulares, los abaucanes, los famatinas, y muchos otros.

Cada pueblo respondía a su propio jefe, vivía en su propia aldea y cultivaba sus propias tierras, pero todos tenían mucho en común. Para todos los diaguitas era muy importante cultivar la tierra así como defender su independencia. Sus aldeas estaban ubicadas en los cerros, valles y quebradas del noroeste del actual territorio argentino, en tierras que hoy corresponden a parte de las provincias de Salta, Tucumán, Catamarca y La Rioja.

Entre ellos eran muy frecuentes los conflictos por los recursos. Por eso, se instalaban en lugares altos de las montañas para vigilar los accesos a sus aldeas y para que a los enemigos les fuera más difícil llegar. En lo más alto de los cerros construían su pucará, que era una especie de fuerte para refugiarse en caso de guerra. Bajando por la montaña, cerca de las zonas de cultivos, se encontraban las casas de la mayoría de la población. Todos se preparaban para pelear en las guerras. Aunque guerreaban frecuentemente, ninguno de estos pueblos podía descuidar la producción de alimentos, por eso nunca luchaban en tiempo de siembra o de cosecha. 

Aldea diaguita en la ladera de un cerro. Ilustración Leicia Gotlibowski, Dirección Provincial de Educación Primaria. Subsecretaría de Educación. Gobierno de la Provincia de Buenos Aires.

¿Qué hacían los jefes? Los jefes o curacas se encargaban de organizar las tareas agrícolas, la construcción de murallas y el trabajo de los artesanos especializados –alfareros, tejedoras, metalúrgicos–. Además cada cacique estaba al mando de sus guerreros en las campañas militares y era el responsable de organizar los rituales y fiestas religiosas. El cacique podía ser hijo o sobrino del cacique anterior pero no alcanzaba con eso: para ser elegido, debía ser un muy buen guerrero y también tener capacidad para la negociación. 

¿Qué producían? Con el correr del tiempo los pueblos diaguitas llegaron a organizar sistemas de cultivo con tanta precisión e ingenio que lograron producir alimentos en cantidad y mantener a una población que crecía. Producían en abundancia distintas variedades de maíz y de papas, porotos, zapallos, quínoa. También recolectaban algunos comestibles silvestres como las vainas de algarrobo porque utilizaban las semillas machacadas para hacer una harina muy nutritiva. Con la harina preparaban una especie de pan y la aloja, una bebida alcohólica fuerte para alegrar los festejos comunitarios y ofrendar a los dioses. Criaban llamas que usaban como animales de carga y cazaban ñandúes y guanacos.

¿En qué creían? Estos pueblos rendían culto a la tierra, a fenómenos naturales como el rayo y el trueno, a los astros y a sus antepasados. Hacían sus ceremonias en espacios abiertos, no tenían grandes templos ni tenían sacerdotes. Muchos aspectos de su religión y su cultura no se conocen, porque hay muy poca información en fuentes escritas. Aun así es posible afirmar que rendían un culto muy especial a la tierra.

Para los pueblos andinos, la Pachamama es la Madre Tierra y mucho más, porque tiene sentimientos y voluntades. Los suelos y sus minerales, el aire, la lluvia, el agua de los arroyos, la vida de las plantas, de los animales y de las personas como así también el cuidado de todos son parte de la Pachamama. Cuando las comunidades cultivan el suelo y cosechan la producción, cuando aprovechan cualquiera de los recursos, están tomando lo que la Pachamama les provee con generosidad para que puedan cubrir las necesidades de todos mientras “caminan” por este mundo. Porque para estos pueblos nada de eso es propiedad de las personas. Estos recursos están allí disponibles pero es necesario cuidarlos y no tomar más de lo que se necesita. Para aprovecharlos, hay que pedírselos respetuosamente a la Pachamama y después agradecérselos. Para agradecer se organizan ceremonias en las que las comunidades tocan la mejor música, cantan y bailan; comen y beben los frutos de la tierra que más aprecian. A la vez hacen ofrendas para devolverle a la Pachamama lo que recibieron de ella. Esta es la base de la forma de ver el mundo –lo que se llama la cosmovisión– de los pueblos andinos del pasado y de gran parte de sus descendientes en el presente.

Territorios diaguitas

Estos mapas representan la zona habitada por los pueblos diaguitas: los Valles Calchaquíes –localizados en parte de las actuales provincias de Salta, Tucumán y Catamarca–. Los límites entre provincias y países que figuran en los mapas no existían en los años 1000, pero los cartógrafos los usan para facilitar la ubicación en el territorio actual. 

En el primer mapa podemos analizar algunas características del territorio montañoso en el que vivían los diaguitas y sus alrededores (sierras, ríos, picos montañosos, salinas, cordillera).

Mapa físico de un sector de Argentina en dónde se identifican los Valles Calchaquíes.
Mapa del territorio de la Gobernación de Tucumán y ciudades españolas del siglo XVII.

Mapas tomados de Cuadernos para el aula. Ciencias Sociales 4. Ministerio de Educación. Presidencia de la Nación, 2007.

3. ALDEAS DIAGUITAS

Como ya sabemos, los pueblos diaguitas guerreaban entre sí para obtener las mejores tierras de cultivo y buenas zonas para recolectar frutos. Los conflictos entre ellos eran frecuentes y por eso habían aprendido a usar el territorio montañoso para defenderse. Veamos cómo…

Aldeas protegidas 

 “Los pueblos diaguitas vivían en aldeas levantadas en los valles o en las laderas de las montañas. Algunas eran muy grandes, con una población de 1.500 a 3.000 habitantes. Las aldeas tenían distintas formas. Unas eran circulares, otras alargadas; unas estaban amuralladas y otras no. 

Algunas aldeas estaban en la cima de cerros más o menos chatos y la empinada subida los protegía de posibles ataques. También había pueblos fortificados, con casas que se apretujaban junto a las murallas que rodeaban la parte más alta del pueblo. En caso de ataque, la gente subía por escaleras de piedra. Las murallas estaban hechas con mucho ingenio, con trampas para los atacantes. Tenían puertas que daban a patios sin salida donde los enemigos eran emboscados desde arriba. También tenían torres circulares, balcones, puestos vigías y troneras –una especie de ventanitas angostas– para tirar flechas y piedras. Dentro de estos fuertes, había depósitos con agua y comida que les permitían resistir durante bastante tiempo en caso de ser sitiados. Aparentemente, los pobladores no vivían en esas aldeas fortificadas de manera permanente y se usaban sólo en caso de ataque.”

Adaptado de Roxana Boixadós y Miguel A. Palermo (1992), Diaguitas, Libros del Quirquincho.

Imagen de guerreros diaguitas con arcos y flechas, hachas y mazas.

Ciudad Sagrada de Quilmes. Esta fotografía aérea de las ruinas de la ciudad de los quilmes nos permite observar la construcción del poblado en las laderas del cerro. Foto Juan Pablo Viola.

4. CONFLICTOS Y GUERRAS 

La ilustración representa un enfrentamiento entre pueblos diaguitas muy cerca de una aldea amurallada. Los guerreros usan armas de distinto tipo: 

  • arcos y flechas con filosas puntas de piedra que podían recorrer largas distancias,
  • ondas hechas con lana para lanzar piedras, 
  • hachas y mazas de piedra o de bronce (algunas mazas tenían un cabezal con forma de estrella).

Fuente: Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología (2007). Ciencias Sociales 4, Serie Cuadernos para el Aula, NAP. Buenos Aires: Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología.

 “A pesar de los enfrentamientos frecuentes entre pueblos y el cuidado de su autonomía, los diaguitas dejaban de lado sus diferencias y se aliaban si aparecía un enemigo que pudiera amenazarlos. Esto pasó cuando los poderosos incas intentaron dominarlos y, años más tarde, los españoles. En las dos ocasiones, los diaguitas se unieron para resistir a los invasores”. 

Adaptado de Roxana Boixadós y Miguel A. Palermo (1992), Diaguitas, Libros del Quirquincho.

5. RESISTENCIA DIAGUITA

Los diaguitas contra los imperios

Los diaguitas rechazaron al imperio inca en dos oportunidades, allá por el 1300. Pero en una tercera avanzada –más de 100 años después–, los incas finalmente quebraron la resistencia de los diaguitas y ocuparon su territorio. Construyeron entonces puestos de control, depósitos de alimentos y caminos. Los diaguitas se rebelaban a menudo y no cumplían con sus obligaciones. Los incas no confiaban en ellos y por eso instalaron en los valles a muchas personas leales al imperio: los colonos o mitimaes, que estaban encargadas de vigilar a los diaguitas.

La presencia de los incas produjo solo algunos cambios en el estilo de vida de los diaguitas: debían honrar al Sol (dios supremo de los incas) y al emperador (máxima autoridad) así como pagar tributo –que consistía en trabajar un tiempo para el imperio en tareas agrícolas, de minería u obras públicas, como la construcción de caminos–. Aunque imponía estas obligaciones, el emperador respetaba la organización, la cultura y las creencias de los pueblos que vencía. 

Con los españoles, las cosas fueron diferentes. Cuando en 1534 Diego de Almagro (uno de los conquistadores del Perú) pasó por primera vez por los Valles Calchaquíes, los diaguitas comprendieron que debían enfrentar a otro imperio. Los nuevos invasores tenían extrañas costumbres: hablaban un idioma que no era el quechua de los incas ni ninguna otra lengua conocida; montaban unos animales raros, disparaban fuego, usaban barba y creían en otros dioses. Además, como ya habían dominado a otros pueblos americanos, se corría el rumor de que explotaban a los indígenas que lograban someter. 

Otra vez, los diaguitas se prepararon para luchar. La resistencia a la conquista española se sostuvo durante 130 años…

Adaptado de: Diaguitas, de Miguel Ángel Palermo y María de Hoyos, 1998. AZ editora, Colección Gente americana.

6. LOS INVASORES ESPAÑOLES

Los imperios que intentaron dominar a los diaguitas tenían objetivos diferentes. Los españoles querían mucho más que los incas: pretendían apropiarse de los metales –oro, plata– y piedras preciosas de los pueblos que invadían, recibir tributos mucho mayores y usar a la población como mano de obra en trabajos muy pesados. Muchas veces trasladaban a grupos de trabajadores o poblaciones enteras a lugares muy alejados de su residencia y desarticulaban familias y comunidades. Además, querían imponerles sus leyes, su religión y su cultura y obligarlos a abandonar las propias. Finalmente, los conquistadores pretendían apropiarse de las tierras y convertir a los pueblos vencidos en súbditos del rey de España. 

Para lograr sus objetivos, los españoles se lanzaron a la conquista de los pueblos originarios. En primer lugar, dominaron a los dos grandes imperios que existían en América cuando la invadieron: el imperio azteca y el imperio inca. Entre 1519 y 1522, los hombres liderados por Hernán Cortés conquistaron a los aztecas. Poco tiempo después, entre 1531 y 1533, un reducido ejército de españoles conducido por Francisco Pizarro hizo sucumbir al gran imperio de los incas, que extendía su dominio por la franja andina, desde el Ecuador hasta Chile. Después de dominar al imperio incaico, los españoles siguieron camino hacia el sur. 

Guamán Poma de Ayala, un cronista indígena –hijo de una mujer inca y un español– registró la conquista del imperio inca y la dominación española a través de textos e ilustraciones.

Enfrentamiento entre nobles incas y españoles en la batalla de Cuzco.

Un español es transportado en una litera inca.

Fuente imágenes: Primer nueva crónica y buen gobierno, de Guamán Poma de Ayala. Disponible en la Biblioteca Real de Dinamarca, sitio consultado en enero de 2024.

Para controlar los territorios sobre los que avanzaban, los conquistadores iban fundando ciudades. Desde allí organizaban a las poblaciones indígenas que habían dominado y los obligaban a trabajar para ellos. Las ciudades que fundaban los españoles eran, en realidad, pequeñas aldeas  que tenían pocos pobladores con sus casas de adobe y paja, algunas calles de tierra y una plaza en el centro. Allí vivían las comunidades españolas siempre en estado de alerta. “Se cuenta que dormían con las armas junto a la cama y el caballo ensillado en el patio, dispuestos a saltar al primer toque de campana que anunciara peligro” (Ciencias Sociales 4. NAP: Cuadernos para el aula. MEN. 2007).

En su avance hacia el sur, los españoles llegaron a los Valles Calchaquíes. Los diaguitas –que habían evitado la dominación incaica durante mucho tiempo y habían aprendido que resistir valía la pena– se prepararon para luchar contra el nuevo invasor…

7. ¿QUÉ HICIERON LOS DIAGUITAS PARA RESISTIR A LOS ESPAÑOLES?

En una primera etapa, los españoles intentaron establecerse en los Valles Calchaquíes fundando ciudades. Como en otras regiones de América, buscaban minas de oro o plata. Pero además tenían otro interés. En sus primeras expediciones habían visto que los valles estaban habitados por miles de personas: querían someterlos a su servicio y utilizarlos como mano de obra. 

Cuando los españoles fundaban una ciudad en territorio diaguita, los pueblos que estaban cerca la hostigaban: cortaban los arroyos que abastecían de agua a sus pobladores, incendiaban sus casas, los atacaban con flechas o piedras… En definitiva, obligaban a los españoles a abandonar la ciudad. Así sucedió con la ciudad de Barco, la primera ciudad española fundada en 1549. Tres intentos hicieron los españoles en diferentes lugares de los valles y tres veces los guerreros diaguitas los obligaron a abandonar la ciudad. Barco I, Barco II y Barco III fueron destruidas. La cuarta vez que la fundaron la ciudad logró persistir, pero fuera de los valles. Más tarde la llamaron Santiago del Estero.       

Años después, los españoles intentaron nuevamente instalarse en territorios diaguitas y fundaron otras tres ciudades. Fue entonces cuando Juan Calchaquí, cacique de los tolombones, convocó a los jefes de otros pueblos diaguitas a unirse para enfrentar al invasor. 

Pasarse la flecha...

Cuando un jefe diaguita buscaba aliados para la guerra enviaba a los jefes de otros pueblos un mensajero con una flecha. Al entrar a cada pueblo, el mensajero se presentaba al curaca y se la ofrecía. Este tenía que pensar bien lo que hacía, porque si agarraba la flecha significaba que estaba de acuerdo en unirse a los otros para hacer la guerra, y si la rechazaba quería decir que se mantenía al margen (...) Nadie podía obligarlo; cada pueblo era independiente y tenía derecho a tomar sus propias decisiones.

Adaptado de: Roxana Boixados y Miguel A. Palermo, Los diaguitas, Los libros del Quirquincho, Colección La otra historia, Buenos Aires, Coquena Grupo Editor, 1992. Citado en Ciencias Sociales 4. NAP

Muchos jefes aceptaron la flecha de Juan Calchaquí. Así se formó una gran confederación que reunió a varios miles de guerreros que asediaron a las ciudades españolas hasta que fueron abandonadas. Ninguna ciudad quedó en pie en territorio diaguita. Los investigadores llaman “Primera gran rebelión” (1560-1563) a estas acciones comandadas por Juan Calchaquí. Los Valles Calchaquíes se llaman así en su honor.

Imagen del Monumento a Juan Chalchaquí en la ciudad de Cachi.

Este monumento representa a Juan Calchaquí. Fue realizado por el artista salteño Luis Soler y colocado en el año 2003 en el acceso a la ciudad de Cachi, en los Valles Calchaquíes. 

La leyenda dice: “JUAN CALCHAQUÍ. Al cacique que defendió la cultura de nuestros ancestros. Pueblo de Cachi, 11 de octubre de 2003”

Como los españoles invadieron América un 12 de octubre de 1492, muchos pueblos conmemoran el 11 de octubre como el último día de la libertad de los pueblos originarios

LA REBELIÓN DE LOS DIAGUITAS, SEGÚN CUENTAN LOS ESPAÑOLES

Los funcionarios españoles enviaban cartas al rey de España para informar lo que pasaba en tierras americanas. 

En 1563, los oidores de la Real Audiencia de Charcas –en la actual Bolivia– relataron lo sucedido cuando los diaguitas sitiaron Córdoba de Calchaquí, una ciudad que los españoles habían fundado en los Valles Calchaquíes. Los funcionarios cuentan que guerreros diaguitas, al mando de Juan Calchaquí, cortaron el agua de los arroyos que abastecían el fuerte. Pasados tres días, sus pobladores decidieron huir para no morir de sed. 

Al abandonar la ciudad en medio de la noche, los españoles fueron perseguidos y atacados con flechas. Los que lograron sobrevivir llegaron a la ciudad de Nieva –al norte de los Valles Calchaquíes–, pero allí también la población española estaba huyendo. Lo mismo les pasó en la Quebrada de Humahuaca. 

Las autoridades de Charcas estaban preocupadas: temían que la rebelión indígena liderada por Juan Calchaquí se siguiera expandiendo y llegara a su ciudad. Entonces construyeron defensas.

La carta de los oidores describe la enorme influencia que Juan Calchaquí tenía sobre los pueblos del valle y su gran capacidad de negociación. El jefe diaguita fue apresado varias veces por los españoles pero logró que lo dejaran ir a cambio de promesas que luego no cumplía. 

LA RESISTENCIA CONTINÚA. LOS ESPAÑOLES CAMBIAN DE ESTRATEGIA

Pasados más de 60 años desde su llegada, los españoles no habían logrado instalarse en los valles. Entonces decidieron cambiar de estrategia. Optaron por fundar ciudades formando un cordón por fuera de los valles: Jujuy y Salta (al norte), Tucumán (al oeste), La Rioja (al sur). Desde allí organizaban “entradas” en los territorios diaguitas para capturar indígenas que luego se repartían entre los españoles para hacerlos trabajar.

Los diaguitas respondían a estas incursiones de muchas maneras: se refugiaban en lo alto de los cerros, atacaban a los españoles cuando hacían sus entradas o los emboscaban cuando se acercaban a sus aldeas protegidas. Por su parte, los indígenas que habían sido capturados se escapaban y volvían a los valles o atacaban las haciendas de los españoles y les robaban ganado. 

Hacia el año 1630, los españoles se quejaban de que no podían someter a los diaguitas. Los abusos y castigos a los indígenas que lograban capturar aumentaron. Entonces, los caciques Chalemín (jefe de los malfines) y Utimpa (jefe de los yocaviles) lograron unir a sus pueblos y enviaron la flecha a los demás. Muchos jefes se aliaron, formaron una gran confederación y comenzaron una nueva rebelión generalizada que los investigadores llamaron “Gran Alzamiento Diaguita” (1631-1643). 

Durante trece años los guerreros diaguitas enfrentaron a los españoles. Pero con el correr del tiempo los indígenas fueron perdiendo fuerzas. Los españoles capturaron y ejecutaron a muchos de sus jefes. Sin embargo, la resistencia continuó hasta que, finalmente, los invasores consiguieron sofocar el “Gran Alzamiento”. ¿Cómo lo hicieron?  A través de falsas promesas lograron que algunos pueblos diaguitas, como los pulares o los abaucanes, cambiaran de bando y se aliaran con ellos. Fue así como los rebeldes fueron derrotados.   

Los españoles aplicaron duros castigos a los vencidos. Muchos fueron ejecutados y muchos más fueron deportados hacia otras regiones. La guerra también les costó cara a los vencedores porque murieron muchos españoles. Por su parte, los pueblos de los valles se rindieron pero siguieron viviendo en sus poblados y en muy pocas ocasiones acudían a trabajar al servicio de los españoles.

Años después hubo un nuevo levantamiento en los Valles Calchaquíes. Pero esta vez los españoles, decididos a vencer, consiguieron el apoyo de otras ciudades que enviaron hombres, armas y recursos. Además, ya conocían mucho mejor el territorio y las características de los pueblos diaguitas. Consiguieron la victoria en la guerra y, para asegurarse de que no hubiera nuevas rebeliones, desterraron a pueblos enteros fuera de los valles. A los quilmes, por ejemplo, los enviaron a trabajar para los españoles en las cercanías de la ciudad de Buenos Aires. Era una forma de retribuir la ayuda brindada por esta ciudad para sofocar a los rebeldes. Después de recorrer a pie miles de kilómetros y de perder a muchos de sus miembros en el camino, los quilmes fueron instalados en las tierras de la localidad bonaerense que hoy lleva su nombre. 

Los pueblos diaguitas habían logrado resistir a los españoles y conservar su libertad durante 130 años. Varias generaciones pudieron conservar sus territorios y recursos, sus costumbres y su cultura sin tener que trabajar para los conquistadores ni obedecer a los funcionarios del rey ni respetar las leyes del imperio español. 

Muchas comunidades diaguitas viven hoy en sus tierras, conservan su cultura, sus costumbres, sus autoridades y continúan resistiendo en defensa de sus derechos.

8. DESPUÉS DE LA DERROTA…

UNA HISTORIA ESPECIAL

Es por los quilmes, claro, que Quilmes –la localidad del Gran Buenos Aires– se llama así. Al repartir a los calchaquíes derrotados, el gobernador Mercado y Villacorta decidió que los quilmes fueran enviados muy lejos de allí. ¿Por qué? En parte porque eran de los más combativos y prefería tenerlos bien apartados; pero también porque estaba en deuda con la ciudad de Buenos Aires, que lo había ayudado con su campaña militar. En pago, los quilmes (…) pagarían tributo y prestarían servicios a esta ciudad. A los vecinos porteños les venía muy bien, porque siempre les faltaba gente para las cosechas, la construcción y otros trabajos.

El viaje empezó a principios de 1666 y en su primera etapa, hasta Córdoba, muchos murieron y otros se fugaron. En la ciudad de Córdoba quedarían sesenta quilmes, entregados a distintos españoles, a conventos y a la misma ciudad para su servicio. 

En los últimos meses del año llegaron cerca de Buenos Aires y los instalaron en un campo a 15 kilómetros al sur de la ciudad, en una zona que en esa época estaba despoblada. Esa fue la reducción de Exaltación de la Cruz de los Quilmes, que estaba gobernada por su cacique, un cabildo indígena, un administrador español y un cura que se ocuparía de su cristianización, muy difícil al comienzo porque los quilmes no hablaban castellano y el cura no sabía una palabra en kakán. (…)

(Los quilmes) trataron de adaptarse a una región muy distinta a la suya. Sembraron trigo, criaron vacas, caballos y mulas (todas eran especies europeas), aprendieron a cazar vacas salvajes para vender sus cueros, se hicieron casas de adobe y una iglesia, y de a poco conocieron el castellano (…). Además trabajaban para la ciudad y sus vecinos, porque los hombres debían cumplir turnos para hacer distintas tareas: construyeron casas y la Catedral, cuidaron ganado, sacaron cal de una cantera y cargaron y descargaron barcos en el puerto a cambio de unos jornales muy bajos que no les pagaron durante años. 

Por varias epidemias de viruela, la cantidad de quilmes de la reducción bajó mucho en los primeros años. Además, posiblemente unos cuantos se escaparon para vivir tranquilos en el campo, cerca de las fronteras, con los indígenas de las tribus pampeanas. 

Cien años después de llegar, había allí solo un puñado de personas y varias de ellas no descendían de los quilmes porque eran aborígenes de otras partes y criollos pobres casados con alguien de la reducción. Luego de la Revolución de Mayo se decretó la igualdad de todos los habitantes, y como los “indios” no eran menos que nadie –se dijo– no hacía falta ya una reducción: eran totalmente libres. Eso sí, los echaron inmediatamente del lugar y otra gente se adueñó de esas tierras, que por entonces eran muy valiosas. 

Roxana Boixadós y Miguel A. Palermo (2008) Los diaguitas. Colección La otra historia. Los pueblos originarios.  A-Z editora. 

OTRA HISTORIA ESPECIAL

Muy distinto fue el caso de los amaichas, que antiguamente vivieron en el valle de Amaicha y zonas cercanas, cerca del límite entre Catamarca y Tucumán. 

En 1561 los amaichas estaban firmes al lado de Juan Calchaquí, confederados con otros diaguitas para resistir a los españoles, pero en 1608 fueron encomendados por primera vez y así estuvieron hasta comienzos del siglo XIX. Sin embargo, la habilidad de sus caciques los llevaron a un arreglo bastante favorable con el encomendero: igual que sus vecinos, los tafíes, los amaichas pudieron quedarse en sus tierras sin tener que mudarse a las del español, como solía suceder; a cambio, le mandaban hombres para cumplir con la mita o turnos de trabajo. Era beneficioso para el encomendero porque no tenía que destinarles tierras en la llanura tucumana donde él vivía ni darles de comer a cambio de sus servicios. También era beneficioso para los amaichas porque se mantenían en su territorio.

Durante el último alzamiento diaguita, los amaichas mantuvieron buena relación con el encomendero del momento, a quien siguieron mandando hombres para servirlo en el llano; pero al mismo tiempo se plegaron a los sublevados y pelearon en los cerros. En 1662 los españoles ahorcaron a su cacique Alonso Calimai y entonces los amaichas se retiraron al Valle Calchaquí, donde guerrearon hasta su rendición dos años después. De todas formas su nuevo cacique, a cambio de ser emisario ante los diaguitas que seguían peleando, consiguió cosas importantes: que el grupo conservara su territorio y siguiera viviendo en él, continuara prestando servicios por turno y fuera reconocido como Comunidad Indígena, conservando sus autoridades internas. 

Al mismo tiempo lograron que su encomendero les pagara muchos de los trabajos que hacían y, poniendo la diferencia con dinero que obtenían vendiendo las carretas que fabricaban y otros productos, pudieron pagar el tributo y no prestar más servicios personales. De ese modo, mientras otros pueblos diaguitas se extinguían, ellos consiguieron mantener su población hasta el siglo XIX.

Después de la Revolución de Mayo sufrieron reclutamientos forzosos para las guerras civiles y perdieron parte de las tierras porque fueron entregadas a hacendados de Salta y Catamarca que las reclamaban. Pero en 1853 lograron la legalización de sus títulos de propiedad sobre la tierra comunal. La comunidad de Amaicha pudo seguir adelante hasta hoy aunque siguieron teniendo pleitos por sus tierras y todavía los tienen, en la actualidad.

Roxana Boixadós y Miguel A. Palermo (2008) Los diaguitas. Colección La otra historia. Los pueblos originarios.  A-Z editora.

9. LA RESISTENCIA DE LOS QUERANDÍES

La ciudad de Buenos Aires fue fundada el 2 de febrero de 1536 por el español Pedro de Mendoza, quien desembarcó en las costas del Río de la Plata acompañado por 1500 hombres. Pero el intento de instalarse en la zona fracasó rápidamente: los pueblos originarios de la región resistieron el avance de los conquistadores y los obligaron a abandonar la ciudad. 

Ulrico Schmidl, un cronista alemán que formó parte de la expedición española, relató y realizó ilustraciones de lo sucedido en esos días. 

Retrato de Ulrico Schmidl, Museo Histórico Nacional.

 Cuenta Ulrico Schmidl: 

“En esta tierra dimos con un pueblo de indios llamados querandíes. Eran como 2.000 hombres con las mujeres e hijos. 

Estos querandíes traían y compartían con nosotros pescado y carne por 14 días sin faltar, hasta que un día no vinieron. Entonces nuestro general Don Pedro de Mendoza despachó a un alcalde acompañado por otros dos que se acercaron a caballo a los querandíes, que se hallaban a 4 millas de nuestro fuerte. Y cuando llegaron a donde estaban los indios, salieron los tres bien escarmentados, teniendo que volver enseguida a nuestro fuerte.

Pedro de Mendoza, nuestro capitán, envió entonces a Diego de Mendoza, su propio hermano, con 300 hombres de a pie y 30 a caballo bien pertrechados. Yo iba con ellos y las órdenes eran tomar presos o matar a todos estos indios querandíes y apoderarnos de su pueblo. Pero cuando nos acercamos a ellos había ya unos 4.000 hombres, porque habían reunido a sus amigos.” 

Durante el enfrentamiento, los españoles conocieron las boleadoras y la excelente técnica de los habitantes de las pampas para derribar animales con esa precisa herramienta. Dice Schmidl:

“Emplean unas bolas de piedra aseguradas a un cordel largo del tamaño de las balas de plomo que usamos en Alemania. Con estas bolas enredan las patas del caballo o del venado cuando lo corren y lo hacen caer. Fue con estas bolas que mataron a nuestro capitán y a otros soldados, como que lo vi yo con los ojos de esta cara, y a los que iban de a pie también los voltearon con esas bolas.” 

A pesar del triunfo, a fuerza de pólvora y arcabuces, los españoles sufrieron no solo el calor de la temporada, los mosquitos y las zonas empantanadas del terreno, sino la falta de preparación y alimento para sobrevivir en aquella planicie pampeana. Schmidl detalla cómo la expedición se transformó en una historia dramática:

“Así aconteció que llegaron a tal punto la necesidad y la miseria que por razón de la hambruna ya no quedaban ni ratas ni ratones, ni culebras, ni sabandija alguna que nos remediase en nuestra gran necesidad y miseria; llegamos hasta comernos los zapatos y cueros todos”.

Los conquistadores se mantuvieron en Buenos Aires durante un mes, “pasando grandes necesidades”, como describió Schmidl, y resistiendo el asedio de los pueblos originarios, que se unieron para expulsar a los invasores.“Por este tiempo los indios atacaron con fuerza y gran poder a nosotros y a nuestra ciudad de Buenos Aires. Eran unos 23.000 hombres porque contaban con la ayuda de otras naciones como los charrúas y chanás timbúes. Unos trataron de tomar la ciudad por asalto y otros empezaron a tirar con flechas encendidas sobre nuestras casas, cuyos techos eran de paja (menos la de nuestro capitán general que tenía techo de teja) y así nos quemaron la ciudad. Las flechas de ellos son de caña y con fuego en la punta; y una vez prendidas y arrojadas no dejan nada. Con esas flechas nos incendiaron.”

El daño fue mucho mayor porque, además de la aldea, las flechas encendidas también quemaron cuatro de los grandes navíos anclados en el Río de la Plata. Al parecer, el incendio habría ocurrido el 24 de junio de 1536 y marcó el final de la aventura.

Varios españoles consiguieron escapar de la matanza por el mismo lugar por donde llegaron: el agua. Entre ellos Pedro de Mendoza, quien emprendió la vuelta enfermo y no pudo llegar a destino. Murió en altamar el 23 de junio de 1537.

Texto adaptado de “2 de febrero de 1536: primera fundación de Buenos Aires”, Ministerio de Cultura, Presidencia de la Nación.

Ilustración de guerreros querandíes atacando Buenos Aires a orrilas del río.

Los querandíes atacan la ciudad de Buenos Aires, 1536. Ilustración de Ulrich Schmidl.

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