Yo solo soy un pedazo de tierra
Microrrelato de Gastón Errobidart (EEST N°2, Olavarría)
Creado: 26 mayo, 2021 | Actualizado: 17 de octubre, 2023
Este microrrelato es uno de los 50 seleccionados en el Concurso Buenos Aires Fantástica, organizado en 2020 por la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires y la Unidad Bicentenario del Ministerio de Comunicación Pública. De esta propuesta participaron 2.200 estudiantes del ciclo superior de escuelas secundarias bonaerenses. Sus obras fueron evaluadas por jurados distritales, regionales y por una instancia provincial que destacó dos cuentos por región educativa.
Yo solo soy un pedazo de tierra
Para los de adentro era un día normal, para los de afuera… la normalidad que se vivía en el otoño del 80.
El arroyo Tapalqué no era un buen lugar para nadar, pero ese día había más espacio, mucho más espacio. Se sentía diferente pasear por encima de las casas. Varios días de lluvia en Olavarría habían arruinado hogares, puentes y vidas, pero él se sentía bien.
Era un pez grande, la corriente fuerte no le afectaba. Disfrutó la inundación como nadie, nadie coherente.
Los peces no dormían mucho tiempo seguido, pero él estuvo un rato largo.Pudo ser más largo si no se hubiera despertado con un par de gritos… un par que salía de otro par, dos tipos grandotes vestidos para la guerra. Él nunca había visto un casco, ni una persona, menos un soldado.
Al rato de recibir gritos ininteligibles, lo agarraron fuerte, lo subieron a una camioneta sucia y lo ataron (Así debe sentirse ser pescado) Después de un rato largo (menos rato que el rato gritando) llegaron a una casa. Lo movían como a un muerto.
Yo tardé cerca de un año en aprender a caminar, era muy cabezón…él aprendió rápido. Lo dejaron parado en la casita. Había sillas pero estaban ocupadas por más personas. Todo seguía sucio por el agua. Se hizo de noche dos veces, le mostraban una libreta y le seguían gritando. Cuando se cayó al piso tres veces, le prestaron una silla. Él tenía hambre y todavía no estaba acostumbrado a su cuerpo, pero (con esfuerzo) había aprendido a tomar "mate". Había una señora, quien lo trataba bien y le convidó la infusión. El agua caliente le hizo bien.
Pudo dormir sentado. Hacía frío, pero era más el cansancio. Mientras dormitaba, pasaron muchas personas: hombres de casco, hombres de negro, hombres sucios y hombres limpios. Mientras tanto, la mujer seguía ahí; no lo quería pero tampoco lo odiaba.
Estuvo ahí dos reposos más y unos sanguchitos. En algún momento tenían que hacer algo con el mudo indocumentado.
Extrañaba caminar. Le gustó ir desde la silla hasta el camión; lo que no le gustó fue la oscuridad. Le taparon la cabeza con una bolsa de tela. No escuchaba gritos, pero sí el ruido de las piedras contra el piso de la cacharra.
Esta vez tardaron más, mucho más. Es difícil caminar, pero más difícil es caminar sin ver. Lo hicieron entrar a una construcción que no vio desde afuera, pero desde adentro se notaba sucia y las manchas no se parecían a las del agua.
En el lugar nuevo había cambiado el mate por golpes y la silla por piedras. La gente no hablaba mucho. Seguían gritando, pero no para él. Le gustaría volver a nadar o incluso a la primera casa. Parece desesperante no poder comunicarlo, pero él permanecía tranquilo. A pesar de recibir golpes y maltrato, no soltaba ni una palabra, algo obvio tomando en cuenta que no sabía hablar…
Se le hacía difícil reconocer el día y la noche. La única ventana estaba en otra habitación, pero podemos decir que pasó más de una semana. Algunos se empezaron a preocupar. El “médico” (no muy piadoso) le tenía piedad. Se notaba su insistencia para cuidar al mudo…más de uno pensaba en liberar al silencioso kafkiano.
Dejaron que se recupere de los golpes, aunque los gritos seguían. Para los de adentro era un día normal, la normalidad que se vivía en el otoño del 80. El camión llegó al cerro, bolsa de tela, piedras contra el piso de la cacharra…
Bajó en Necochea y Brown, miró el arroyo y se fue caminando...