Anécdotas de infancia
Creado: 20 marzo, 2024 | Actualizado: 25 de marzo, 2024
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Momentos de esta propuesta
- 1El pozo. Orientaciones docentes
- 2Información y reflexiones sobre la dictadura cívico militar
- 3Anécdotas de infancia
- 4Los lugares de la infancia
Anexo II
Las aventuras de Juan, Cury y el Chueco
Hinchas de fútbol
Mientras pasábamos por la cancha de Independiente, paramos un rato bajo la galería de la tribuna alta y tomamos agua de un pico que había en el piso debajo de una tapa de Obras Sanitarias. También nos mojamos la cabeza y la cara. El sol estaba inaguantable.
Antes de seguir, Cury, que era de Racing, como yo, se bajó la bragueta e hizo pis contra las boleterías de la Doble Visera gritando contra todos los del rojo.
—Callate, mufa –contestó el Chueco enseguida y le tiró una piña que a mí me pareció en broma pero que a Cury no le gustó. Me di cuenta de que podían agarrarse en serio y me metí.
—Termínenla –les grité.
En Avellaneda hay dos grandes equipos, pero se encuentra allí otra cancha de un tercer equipo con gran cantidad de hinchas, Arsenal de Sarandí.
¿Cuáles son los otros dos equipos? ¿Por qué se inicia una pelea entre Cury y el Chueco? ¿De qué equipo es Juan, el narrador?
Y ustedes, ¿de qué equipo son hinchas?
Estas preguntas se comentan entre compañeras y compañeros, pero cada una o cada uno las responde por escrito en su carpeta.
“Haceme pata”
Las primeras vías eran las del tren de carga, donde había vagones parados. Algunos estaban llenos de sal gruesa y la mayoría de semillas de girasol. El chueco me pidió que le hiciera pata, se subió al que tenía pipas y nos dio un puñado a cada uno.
Conversen entre dos compañeras o compañeros e intenten explicar qué significa “hacerle pata” a alguien.
En el cuento el sentido es literal, tiene que ver con lo que seguramente ustedes pudieron explicar al ver la imagen. Traten de escribirlo de acuerdo con lo que hablaron y observaron.
Según lo que conversaron, la expresión “hacerme o hacerle pata”, ¿se suele emplear entre ustedes ahora? ¿Se usa para otras situaciones en las que no se habla precisamente de apoyarse para alcanzar algo a cierta altura? Si creen que sí, anoten un ejemplo en su carpeta.
Empieza la aventura
Apenas entramos [al pozo], nos juntamos y nos dimos un abrazo como hacen los equipos antes de salir a la cancha. Cury y yo nos sentamos cada uno en una punta, enfrentados, y el Chueco se acostó en el medio del pozo y puso las manos debajo de la cabeza.
—Desde acá voy a verlo bien –dijo.
A ustedes, este abrazo entre los protagonistas, ¿les parece el comienzo de la aventura que esperaban vivir? ¿Qué sentido creen que tiene ese abrazo al llegar al lugar que buscaban? ¿Con qué intención se abrazan los jugadores de un equipo antes de salir a la cancha?
De manera individual, anoten en su carpeta por qué piensan que Juan, Cury y el Chueco se abrazaron. Expliquen también dónde se hallaban en ese momento los pibes.
La anécdota del ladrón de ciruelas
A continuación se comparte un fragmento de El ladrón de ciruelas, de Norma Huidobro. Lean con una compañera o un compañero qué travesura intenta llevar adelante un chico que pasa unos días en la casa de su tía en Cañuelas, una ciudad bonaerense rodeada de zonas rurales.
Yo tenía que hacer algo. Seguí dando vueltas y llegué hasta el final del terreno, donde una pared de ladrillos sin revoque, cubierta en parte por una enredadera de campanillas azules, separaba los dos fondos: el de la casa de mi tía y el de la casa que estaba a la vuelta. En esa pared se juntaban los fondos de los dos terrenos más largos de la manzana. Nunca supe quién vivía ahí. Es más, jamás intenté averiguarlo. Pero ahora sentía curiosidad. Di vuelta un macetón que estaba por ahí, lleno de tierra seca, lo arrimé a la pared y me subí. La pared no es muy alta, así que me estiré bien y pude ver del otro lado. Había muchos árboles frutales y el pasto estaba crecido […]
Me bajé del macetón y fui hasta el ciruelo. Volvía a mirar para arriba: las ciruelas más altas parecían llamarme. Tenía que conseguir una escalera, pero de esas que se abren como una tijera, no como la que tenía mi tía en el garaje, que para subir había que apoyarla contra algo […]
Ya me estaba quedando el cuello duro de tanto mirar para arriba, cuando de repente noté algo que hasta el momento no había advertido. Casi al final del terreno, pasando el ciruelo, pero del lado de mi tía, había un árbol enorme, mucho más alto que el ciruelo, con unas ramas largas y gruesas que iban tanto para el lado del otro como para el de mi tía. Y… si yo apoyaba la escalera en el tronco para llegar hasta una rama, y después seguía trepando por el árbol, y me estiraba un poco… ¿no podría juntar las ciruelas que quisiera?
Y si el ogro me veía, ¿no se iba a tener que callar la boca porque el árbol al que yo estaba trepado era de mi tía y no de él?
Claro que yo iba a ser cuidadoso: primero sacaba las ciruelas de las ramas que daban de este lado y, después, tal vez a la hora de la siesta, cuando el ogro estuviera durmiendo, también podría sacar las del lado de él.
Huidobro, N. (2012). El ladrón de ciruelas (fragmento). Buenos Aires, Editorial Sudamericana.
El ladrón de ciruelas es una novela juvenil creada por Norma Huidobro, autora argentina contemporánea, nacida en Lanús, cerca del lugar donde transcurre El pozo, el cuento que estuvieron leyendo.
Acérquense a la biblioteca durante el recreo y averigüen si está ese título en la colección de novelas. Tal vez puedan leerlo en casa, en el fin de semana.
Para Bruno, estas vacaciones son distintas. La pileta, las tortas caseras y las historietas no logran hacerlo olvidar que su mamá y su papá se están separando.
Desde el plátano del jardín, Bruno intenta ver las cosas con un poco de claridad. Sabe trepar a los árboles altos pero esta vez tiene un propósito muy claro para hacerlo.
¿Cómo interpretan la expresión con que se inicia el fragmento: “Yo tenía que hacer algo”? ¿Expresa algo más que el deseo que las lectoras y los lectores descubrimos al avanzar en la lectura? ¿Qué es lo que sabemos que quiere lograr? ¿Lo logrará?
¿Quién es el ogro? Mejor dicho, ¿quién piensan que es el ogro del que habla el narrador?
Inés, joven detective
Lean un fragmento de Octubre, un crimen, una novela policial. La protagonista se enfrenta a un misterio inesperado y, a pesar de la opinión de su familia, decide hacer lo posible para descubrir la verdad.
Octubre, un crimen también es una novela de Norma Huidobro. En este caso, la protagonista es Inés, una jovencita a la que su prima invita a un baile de disfraces. Por eso visita una casa de venta de ropa antigua. Allí compra un vestido amarillo de organza. En el dobladillo del vestido encuentra una carta del año 1958 en la que una adolescente pide ayuda para evitar el asesinato de su padre y su propia muerte.
Tom es un jovencito huérfano que vive en una población de Estados Unidos a orillas del Río Misisipi, al cuidado de su tía Polly. Comparte, junto a una pandilla de amigos, diversas aventuras y, algunas veces, también peleas.
Yo estaba asomada a la ventana de mi habitación, pensando en el baile de disfraces que haría mi prima Ayelén. Una fiesta ridícula, con la ridícula de mi prima y las ridículas de sus amigas. Por supuesto que lo primero que dije fue que no iría. Es más, mi prima me invitó sabiendo de antemano que yo iba a decir que no. Sé muy bien que lo hizo porque su madre, hermana de mi madre, la obligó a que me invitara. La antipática Ayelén jamás me habría invitado si no hubiera mediado una imposición, y hasta una amenaza, de parte de mi tía.
Ayelén y yo jamás nos llevamos bien. Pero esta vez a mi prima se le ocurría hacer una fiesta de disfraces, y yo estaba obligada a asistir porque, ya es hora de decirlo, al igual que su hermana, mi madre también creía en el sagrado deber de cumplir con la familia. Entonces, para evitar un conflicto más en casa, que a decir verdad ya teníamos bastantes, terminé aceptando. Esa noche de octubre, […] me vino a la mente una casa que queda cerca del colegio, donde venden ropa antigua. […] ¿Por qué no? Bien podría disfrazarme de chica de los sesenta, por ejemplo.
[…] Al día siguiente, al salir del colegio, me fui derecho a ver la ropa. Estuve como dos horas probándome de todo […] hasta que encontré un vestido diferente, que me hizo recordar unas series viejísimas de la televisión, donde las chicas aparecían con vestidos fruncidos o tableados, largos hasta por abajo de la rodilla, y con zoquetes y zapatos sin taco. Tengo que decir, y no exagero, que ese vestido me impactó, aunque no puedo explicar por qué. No sé, yo sentí algo. Sentí que lo que tenía delante de mí era algo más que un vestido. Es raro, pero fue así. Después de todo, no tardaría mucho tiempo en comprobar que había motivos reales para que sintiera eso.
Me lo probé. No había dudas, era mi talle. Me vi rara, pero me gustó; a lo mejor fue por el color: el amarillo me encanta […]
Esa tarde, ni bien mamá volvió de trabajar le mostré el vestido. Le encantó […] y mirando hacia abajo con ojo experto, me dijo: —Mmm, me parece que es muy largo. Probátelo, así vemos si hay que subirle el dobladillo [...]
Obedecí. Mamá me miró atentamente y llegó a la conclusión de que le sobraban unos cinco centímetros.
—Se usaban largos, pero no tanto –dijo–. Descosele el dobladillo que después de comer yo te lo coso.
Yo busqué el costurero y me encerré en mi habitación. Empecé a cortar con mucho cuidado el delgado hilo del ruedo. Ya había descosido más o menos la mitad cuando descubrí la carta.
Al principio solo fue un papel, un papel doblado en cuatro. Después supe que era una carta. Por supuesto que me sorprendí. [...] Me imagino que nadie que cose un dobladillo tiene por qué meter ni un papel ni nada debajo del doblez de tela. A menos que…quiera esconderlo.
Al sacar la carta sentí, y no exagero, un pozo profundo entre mis manos; un pozo hecho de años y de vaya a saber qué. Leí y casi me caigo. La carta era de la misma época que el vestido.
22 de octubre de 1958
Querida Malú: Tengo miedo. Mis sospechas se confirmaron, lodo lo que te conté en mi carta anterior resultó cierto. Anoche subí a la terracita de la cúpula y los escuché. Hablaban del veneno, de las dosis, de que ya falta poco. No pude escuchar todo, ya sabés que es peligroso acercarse mucho a la ventana. Creo que me acerqué demasiado, casi me caigo. Pisé en falso, pero pude agarrarme del borde de la ventana.
No sabés el miedo que tuve. Te juro que no subo más. Igual, ya no hace falta. Ahora sé todo.
Por favor, te pido otra vez que me ayudes. Habla de nuevo con el doctor De Bilbao. Hoy mismo. Quiero que interne a papá. Tengo esperanzas de que lo salve. Pero tiene que venir, tiene que venir enseguida. Por favor, Malú, cuento con tu ayuda. No me abandones.
Tu amiga del alma, Elena
Huidobro, N. (2004). Octubre, un crimen (fragmento). Buenos Aires, Editorial SM.
¿Qué hubieran hecho ustedes?, ¿qué piensan tus compañeras y compañeros? En realidad, pasados más de sesenta años, ¿consideran que se podría hacer algo?
Después de conversar en grupos, hagan una pequeña lista de las cosas que podrían tratar de hacer para descubrir el misterio.
No dejen de averiguar si Octubre, un crimen está en la biblioteca. Pueden leer los capítulos entre dos y relatar en el aula si Inés pudo hacer algo, si lo hizo sola o con ayuda… Y si es así, ¿qué descubrió?
Ahora les toca a ustedes
Conversen entre compañeras y compañeros; se trata de contar una anécdota vivida por alguna o alguno de ustedes, o que hayan oído de alguien del barrio. La maestra o el maestro puede anotar en el pizarrón o en un afiche:
- ¿en qué lugares del barrio o la localidad donde residen podrían vivir una aventura o a hacer una travesura que alguna vez pensaron?;
- ¿lo harían a solas o preferirían hacerlo en grupo? Cada una o cada uno piense con quién o con quiénes se animarían a hacerlo;
- ¿en qué consiste lo que pensaron?, ¿qué peligro podrían anticipar?, ¿qué cuidados deberían tener?;
- ¿están seguras o seguros de que no perjudicarían a otras chicas u otros chicos, o a alguien del lugar?
Teniendo en cuenta algunos de los aspectos que quedaron anotados:
- empiecen a escribir en parejas –piensan entre dos, una parte la escribe una o uno de ustedes y el otro o la otra sigue la escritura para ver cómo va quedando–;
- relean lo que escribieron y vean si se entiende o si es necesario agregar algo;
- conversen sobre cómo continuar: ¿falta agregar algo?, ¿descubrieron el secreto, alcanzaron las ciruelas, se dieron un buen chapuzón en la orilla del río, lograron entrar a la casa abandonada?
- Relean todo antes de dar el texto por terminado:
- consulten si les quedó alguna duda sobre la escritura de alguna palabra;
- fíjense si al releer les parece que habría que poner algún punto entre dos partes de la anécdota;
- si enumeraron varias cosas que pasaron una detrás de otra –como cuando pasaba el tren por encima del pozo donde estaban los pibes-, ¿pusieron comas o punto seguido entre los sucesivos hechos, como ven en ese fragmento de El pozo?
Finalmente, léanla con la maestra o el maestro que les va a hacer recomendaciones para mejorar algún aspecto del texto que escribieron.
Si lo desean, consulten con la o el docente, pueden publicar sus anécdotas de la infancia en un afiche en el pasillo de la escuela, armar un pequeño libro ilustrado o subir los relatos a alguna red social.
Se sugiere a las maestras y los maestros que hagan varias fotocopias de los fragmentos de El pozo y de las novelas propuestas (el archivo para imprimir y/o fotocopiar está disponible en Materiales complementarios); entreguen uno de los fragmentos cada dos estudiantes y pídanles que lo lean varias veces, lo comenten entre sí y respondan individualmente las preguntas en su carpeta. Una chica o un chico puede leer el párrafo y luego comentar en forma conjunta las diversas respuestas. Respecto de las novelas, si están en biblioteca se puede invitar a la lectura de la obra completa.